EDITORIAL
Trascender el dilema estado-mercado: un enfoque sociocéntrico
Osvaldo Sunkel W.
Director INAP
Desde diversas perspectivas se busca en los últimos
años un reencuentro con la antigua temática del desarrollo
socioeconómico, rebautizado ahora "sustentable", y
que se muestra cada vez más esquivo. Este fue el gran objetivo
que se plantearon los gobiernos y las sociedades de América Latina
y del mundo subdesarrollado a mediados del siglo pasado. Los logros
del esfuerzo realizado con esa orientación entre las décadas
de 1950 y 1970 en materia de industrialización, modernización
y mejoramiento social fueron considerables en la mayoría de los
países de la región.
Sin embargo, dicho proceso se agotó posteriormente
por diversas causas: la persistencia y agravamiento de serios desequilibrios
socioeconómicos y la agudización de profundos conflictos
políticos internos, los efectos de las crisis del petróleo
y de las finanzas internacionales, la aceleración de los fenómenos
interrelacionados de la globalización y de la nueva revolución
tecnológica, y sobre todo, el creciente predominio de la ideología
y la praxis neoliberales, que si bien emergió ya en la década
de 1970, se generalizó abrumadoramente solo después de
la crisis de la deuda externa a comienzos de 1980 y con el posterior
colapso del mundo socialista.
El objetivo del desarrollo, que se había concebido
como una área de trasformación tecnológica, productiva
y social de largo plazo impulsada desde el estado, fue reemplazado en
la mayoría de los países, debido a sus agudas crisis financieras,
por una preocupación prioritaria respecto a la estabilidad monetaria
y financiera. Al correspondiente e inevitable ajuste macroeconómico
de corto plazo siguió sin embargo un proceso de reestructuración
institucional destinado a lograr la apertura externa, la liberalización
y desregulación de los mercados y la privatización de
las empresas y servicios públicos, con la correspondiente jibarización
del estado. La tarea del desarrollo quedó entregada al mercado
y la empresa privada, con un rol subsidiario para el estado.
Esta fase de profunda reorganización estructural
lleva alrededor de dos décadas. Los resultados fueron dispares
y contradictorios desde el comienzo. Por un tiempo, se recuperó
el crecimiento después de la "década perdida"
de los años 80, lográndose abatir la inflación
y obtener mejores equilibrios macroeconómicos. Pero gran parte
de estos logros se han esfumado en el reciente "quinquenio perdido",
desde la irrupción de la crisis asiática en 1997. Los
resultados más negativos, con unas pocas excepciones, fueron
una gran inestabilidad económica acompañada de un severo,
sistemático y catastrófico deterioro social y político
en muchos países.
La controversia se polariza entre los partidarios del
neoliberalismo, que no obstante sus crecientes problemas prometen un
futuro esplendor si se persistiera en sus políticas, y sus críticos,
que en virtud de los mediocres resultados económicos recientes
y las preocupantes consecuencias sociales y políticas, anticipan
situaciones cada vez más graves. De esta manera el debate cultural,
sociopolítico y económico contemporáneo se encuentra
entrampado por un reduccionismo binario ahistórico en que se
oponen en forma irreconciliable nostálgicas críticas estatistas
a promisorios escenarios neoliberales.
Para trascender ese dilema paralizante conviene reconocer
que se trata de un proceso histórico. El estado como impulsor
del desarrollo comenzó a reinar desde mediados del siglo pasado,
como consecuencia de las dos guerras mundiales y de la profunda crisis
económica y sociopolítica internacional de la década
de 1930. Tomó su forma más extrema en la Unión
Soviética y los demás países del bloque socialista,
que adoptaron la planificación económica centralizada
y el control sociopolítico y cultural del Partido Comunista,
con el fin de crear un aparato productivo moderno en sociedades muy
atrasadas. En el mundo capitalista desarrollado la respuesta fue variada.
Durante un breve período, en las potencias del Eje (Alemania,
Italia, Japón, y por bastante más tiempo en España),
prevaleció también el partido único nacionalsocialista
o fascista en lo político y cultural, y una estrecha asociación
del estado con la gran empresa capitalista en lo económico, con
la finalidad básica de prepararse para la guerra. La versión
estadocéntrica más moderada, que buscaba combinar estado
con mercado y democracia, de inspiración keynesiana, se dio en
los países industriales de América del Norte y Europa,
con un énfasis fundamentalmente redistributivo, aunque sin descartar
algunas acciones del lado de la estructura productiva. En Estados Unidos
fue el New Deal, con el objetivo principal del pleno empleo, aunque
también con fuertes subsidios al sector agropercuario y grandes
proyectos de infraestructura y desarrollo regional. En Europa el estatismo
se plasmó en diversas formas del Estado de Bienestar: el socialismo
laborista británico, las socialdemocracias noreuropeas y las
economías sociales de mercado demócratacristianas principalmente
en Alemania e Italia. Todas se centraban en el pleno empleo, la provisión
de servicios sociales públicos y, en mayor o menor medida, la
estatización de las empresas de servicios públicos y de
infraestructura. Con el agregado trascendental de la integración
europea, que más allá de la liberalización del
comercio incluyó un apoyo "desarrollista" masivo a
los países y regiones más atrasados.
En el Tercer Mundo -los países subdesarrollados-
el estatismo tomó la forma del desarrollismo, con gran variabilidad
de los grados relativos de estatización y mercado. Hubo fuerte
intervención y acción del estado, más que en las
economías capitalistas desarrolladas, pero sin suprimir el mercado.
Aunque se trató de planificar el desarrollo económico
dentro del contexto capitalista, hubo más planes que planificación
efectiva, combinando propiedad privada y pública de los medios
de producción con mercados más o menos regulados. Los
principales objetivos eran la industrialización, la integración
del mercado interno, la inversión en infraestructura, la modernización
de la agricultura y las políticas sociales. En lo político,
un amplio espectro y alternancia entre intentos más o menos logrados
de democracia y dictadura.
El sistema de relaciones internacionales también
se reorganizó a partir de la acción de los estados. Las
instituciones de Bretton Woods (FMI, BM, GATT), los bancos regionales
de financiamiento del desarrollo, como el BID, y las instituciones de
cooperación internacional constituyeron un sistema público
de relaciones económicas internacionales, encargado de reemplazar
los flujos financieros y de inversión privados que habían
desaparecido con la Gran Depresión y de rescatar el comercio
internacional del proteccionismo heredado de la crisis y la guerra.
Desde fines de los años cuarenta, todas las áreas
del mundo, incluyendo la América Latina, experimentaron la fase
más exitosa de crecimiento económico y mejoramiento de
las condiciones de vida de que se tenga registro histórico. Fue
la Edad de Oro tanto del capitalismo como del socialismo y los sistemas
mixtos. Se duplicó con creces el ingreso per cápita, hubo
progresos notables en los indicadores sociales, se redujo la pobreza,
aumentó la productividad y se expandió, modernizó
y diversificó considerablemente la capacidad productiva. Sin
embargo, en la mayoría de los países este ciclo llegó
a su fin en los años setenta por múltiples motivos internos
e internacionales, no sólo económicos sino también
socioculturales y políticos.
El péndulo binario entre estado y mercado se volcó
desde entonces hacia el mercado. La era del fundamentalismo mercadocéntrico
comenzó en 1975 en Chile, cuando los llamados Chicago Boys se
encargaron de la política económica del gobierno de militar.
Se confirmó después con los gobiernos de Reagan en Estados
Unidos y Thatcher en Gran Bretaña y se propagó al mundo
entero en alas de la crisis del ciclo estatista, la globalización
financiero-informática, el predominio del capital financiero
sobre el productivo, la revolución ideológica neoliberal
y el colapso del mundo comunista. Las políticas públicas
correspondientes son bien conocidas: apertura de la economía,
reducción del papel del estado, confianza ilimitada en la empresa
y las inversiones privadas y el mercado, privatización de empresas
y servicios públicos, liberalización y desregulación
de los mercados, especialmente la "flexibilización"
del mercado laboral. El llamado "Consenso de Washington".
El desarrollo económico y social sería el resultado final
y corolario de este conjunto de políticas.
En su expresión internacional, la concepción
mercadocéntrica se apoya y promueve la globalización,
tanto en cuanto fenómeno objetivo y real como sobre todo en su
dimensión normativa de propuesta ideológica. Ello coincide
con la gigantesca expansión de las corporaciones trasnacionales
y sobre todo del sistema financiero privado internacional. Ello ha relegado
a un plano muy secundario en el sistema internacional a las instituciones
públicas multilaterales, excepto en lo que se refiere al policiamiento
de las politicas neoliberales. De este modo, también se ha privatizado
el sistema internacional, generándose un dramático vacío
de gobernabilidad internacional y una gran volatilidad financiera global.
Ahora se reconoce ampliamente que los resultados del
ciclo neoliberal dejan mucho que desear. En el mejor de los casos latinoamericanos,
el chileno, no obstante un crecimiento económico excepcional
durante más de una década y media, hasta 1997, la población
daba muestras de una tal desafección sociocultural y política
que la otrora ampliamente mayoritaria combinación gobernante
estuvo a punto de perder el poder en la última elección
presidencial. Claramente, ¡no sólo de incrementos del PIB
viven las personas! En el resto de América Latina y en el mundo
en general los resultados son sumamente preocupantes: crecimiento económico
insuficiente y altamente inestable y volátil, enorme concentración
de los ingresos y del poder económico, aguda y creciente desigualdad
tanto en los propios países desarrollados como en los subdesarrollados
y una cada vez más abrumadora distancia entre ellos, pérdida
de los bienes, servicios y espacios públicos, con fuerte exclusión
social, pobreza y grave deterioro ambiental. La democracia, aparentemente
el principal logro político, también se ha ido desvirtuando
y está severamente amenazada en muchos países.
En esta sucesión histórica binaria de estado
y mercado se ha transitado desde una matriz socio-cultural, política
y económica predominantemente estadocéntrica a otra excluyentemente
mercadocéntrica. Sin embargo, es evidente que estado y mercado
son sólo medios para un fin superior; el bienestar de las personas
y las familias, que en su conjunto constituyen la sociedad civil. La
comprensión de la problemática contemporánea del
desarrollo requiere urgentemente de la elaboración y aplicación
de una visión o concepción sociocéntrica, que trascienda
y supere el falso dilema ahistórico y estático que opone
binariamente estado a mercado. Es preciso comprender que se trata en
realidad de un proceso histórico dialéctico en que a una
fase histórica predominantemente estadocéntrica sucedió
otra prioritariamente mercadocéntrica. Al comenzar esta última
a enfrentar dificultades en su evolución comienza a emerger una
tercera opción que denominaré sociocéntrica porque
viene impulsada por el fortalecimiento de la sociedad civil y sus nuevas
demandas.
Esta exigencia se deriva de un fenómeno que tal
vez no ha sido debidamente apreciado. A raíz de los efectos de
las transformaciones económicas, sociodemográficas, educacionales
y tecnológicas de las últimas décadas y de las
que están en curso en nuestros países y en el mundo entero,
la sociedad civil se ha ampliado, fortalecido, diversificado, complejizado
y movilizado. Ha ido adquiriendo en ese proceso nuevas formas de articulación
y de acción mancomunada, particularmente entre sus segmentos
tradicionalmente postergados, marginados y excluidos, como los étnicos,
de género, etáreos y de las regiones y comunidades locales,
así como en función de nuevas demandas de participación
sociopolítica y cultural, ambientales, de transparencia administrativa,
de derechos humanos y del consumidor, constituyéndose en nuevos
actores sociales no tradicionales.
Se trata entonces de poner al estado y al mercado al
servicio de la sociedad civil. El fortalecimiento de la ciudadanía
requiere un ajuste tanto del estado como del mercado a las nuevas necesidades
de las personas y la sociedad civil. Para ello se debe profundizar la
democracia y la participación ciudadana, de modo de comprometer
al estado con la sociedad civil, dotándolo al mismo tiempo de
la capacidad de orientar y regular el mercado, incluyendo la creciente
exigencia de responsabilidad social de la empresa privada, a fin de
que cumpla tanto sus insustituibles funciones de asignación de
recursos privados como también sus compromisos sociales y de
desarrollo sustentable.
El concepto de sociedad civil no es fácil de definir,
característica que por lo demás comparte con los de estado
y de mercado, con los que además se traslapa en cierta medida.
Pero incluye, según diversas tradiciones intelectuales, líneas
temáticas relacionadas con la solidaridad, la asociatividad,
la ciudadanía, la participación, el espacio público,
el capital social y la comunidad. Se trata en concreto de instituciones,
organizaciones y comportamientos situados entre el estado, las empresas
y las familias, que incluyen las organizaciones sin fines de lucro,
las instituciones filantrópicas, los organismos no gubernamentales,
los movimientos sociales y políticos, diversas formas de participación,
así como los valores y patrones culturales que los caracterizan.
Todo ello constituye el conjunto de pistas que habría que identificar
y profundizar para definir acciones y políticas públicas
destinadas al fortalecimiento sustentable de la sociedad civil y al
fortalecimiento y mejoramiento de sus formas de relación con
el estado y el mercado, dentro de una nueva concepción sociocéntrica
del desarrollo.
El reencuentro con la temática del desarrollo
requiere por consiguiente una percepción renovada de la sociedad
civil y de sus relaciones con el estado y el mercado, con una visión
de largo plazo, estratégica, con sentido de misión y una
imagen objetivo; un verdadero proyecto país, que responda prioritariamente
al imaginario social de lo que las personas, las familias, las agrupaciones
sociales y el conjunto de la sociedad civil anhelan, buscan, necesitan
y demandan. Esta nueva realidad emergente surge también, por
una parte, de exigencias materiales insatisfechas derivadas de la pobreza,
la inequidad y el deterioro de la calidad de vida, que el mercado es
incapaz de proporcionar a la mayoría por su falta de horizonte
social. Esta realidad material contrasta violentamente con la espléndida
realidad de una minoría y la ilusoria realidad virtual que promete
a todos el omnipresente mensaje mediático, realidades todas que
el estado, no obstante sus esfuerzos en ese sentido, tampoco ha logrado
corregir debidamente. Por otra parte, de la contradicción entre
los valores y la ética de la democracia -justicia, libertad,
respeto, tolerancia, pluralismo, reconocimiento, participación,
ciudadanía, diversidad, solidaridad- y la realidad de amplios
sectores sociales emergentes que anhelan convertirse en actores sociopolíticos
y culturales significativos pero tropiezan con la ausencia de los espacios
públicos y los medios adecuados para concretar sus aspiraciones
socioculturales y políticas insatisfechas. En democracia, estas
nuevas demandas sociales requieren abrirse paso para comenzar a expresarse
poderosamente en lo político y modificar los tradicionales juegos
de intereses que movilizan las fuerzas políticas constituidas
y las instituciones que enmarcan su accionar, las que deberán
tratar de conciliar estas nuevas demandas con las más tradicionales
y establecer prioridades políticamente viables en el contexto
de un patrón de desarrollo sociocéntrico.
Brevemente, se trata de concebir el desarrollo de otra
manera. No como una aspiración "modernizadora" estrecha
de algunas elites que se apropian del aparato del estado para imponerle
su visión a la sociedad, sino como el producto de un conjunto
de demandas de la sociedad misma que se articulan y manifiestan democráticamente
en lo que podría constituir un nuevo contrato social y se traducen
y adquieren eficacia a nivel del estado mediante una renovación
de las políticas públicas. La sociedad movilizando al
estado y este orientando al imperfecto pero insustituible mercado, de
eso se trataría en el enfoque sociocéntrico. Cumplir con
las correspondientes funciones y objetivos socioculturales exige que
lo político - expresado a través del estado y las políticas
y la gestión públicas- conduzca una transformación
económica inspirada simultáneamente en las demandas de
la sociedad y en la necesidad ineludible de insertarse dinámicamente
en la economía global.