Instituciones sordas y ciudadanos mudos
Eolo Díaz-Tendero E.
Departamento de Gobierno y Gestión Pública
¿Qué significa estar integrado a la vida
social de un país? ¿Cuál es la percepción
de los ciudadanos común y corrientes sobre los grandes cambios
que han impactado a la sociedad chilena durante las últimas décadas?
¿Qué rol juega la imagen subjetiva que cada individuo
tiene de su país en la conformación de sus opciones políticas?
En todo esto ¿Cuál es el rol de la política? ¿Por
qué un número tan importante de chilenos se manifiesta
indiferente al régimen democrático? Este tipo de preguntas
son las que provoca la lectura del Informe sobre Desarrollo Humano del
año 2002 publicado por el PNUD para Chile, que se titula "Nosotros
los chilenos: un desafío cultural".
En lo general este informe afirma que toda sociedad necesita
una imagen de sí misma para ser integrada. Lo particular de esta
afirmación para el caso de Chile es que esta necesidad se ve
dificultada por lo que podríamos describir como un desfase entre
la materialidad de los cambios sociales de las últimas décadas
y la subjetividad de los actores que experimentan dichos cambios.
Considerando la magnitud y la forma en que fueron puestos
en práctica los procesos de modernización experimentados
por nuestro país en los años recientes, este informe llama
la atención sobre el hecho de que la apropiación de dichos
cambios, la percepción de que son "nuestros cambios",
se ha visto dificultada o no ha sido lo suficientemente intensa debido
a que no nos hemos dotado de los suficientes espacios comunes donde
poder construir colectivamente las nuevas imágenes sobre lo que
sería ser chileno en las actuales circunstancias.
Es decir, en este desfase existiría un desafío
a la cultura, entendida esta en su expresión extendida y no solamente
restringida a la creación artística, es decir, como mecanismo
de construcción colectiva de imágenes y significados que
tengan referencia a experiencias compartidas de sociedad, de un colectivo
que genere sentido de pertenencia y solidaridad, como la afirma el informe.
A partir de los análisis realizados por este estudio,
que no están centrados en índices clásicos de desarrollo
sino que incorporan los componentes subjetivos y de la calidad de dicho
proceso, se puede afirmar que Chile se encuentra en un difícil
proceso de reconstrucción de su propia imagen, de una que se
haga cargo de las diversas visiones que han tendido a constituirse en
el curso de los últimos años y que no aparezca disgregada
y contradictoria.
Para profundizar la reflexión sobre esta temática,
el Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile,
convocó a un número significativo de personalidades del
mundo de la política, de la cultura y a intelectuales, con el
fin de interrogar el mencionado informe desde la perspectiva de los
posibles impactos que este diagnóstico puede tener o está
teniendo sobre la política y particularmente, sobre la acción
pública con interés por lo general, que es el ambiente
más propio de lo político.
De este rico e intenso debate surgieron algunos esbozos
de respuesta y también algunas interrogantes nuevas, pero sobre
todo, esta actividad contribuyó a crear un espacio de debate
público de nivel académico y plantear importantes desafíos
a la política y también a la reflexión y la creación
intelectuales.
De ello me gustaría destacar algunos núcleos
comprensivos básicos. En primer lugar, que frente a este diagnóstico
de una identidad disociada que plantea el informe, a la acción
política se le plantea un desafío superior. La ausencia
de espacios donde colectivos humanos puedan crear y recrear imágenes
de un Chile futuro posible, es una responsabilidad que la toca centralmente.
Si no es la política la que pueda proveer relatos generales de
cómo deberían ser las cosas, entonces la vaciedad de sentidos
y la incapacidad de sentirse parte de un nosotros, es decir, el debilitamiento
de la imagen de sociedad, queda abandonada a dinámicas que sólo
tienden a potenciar esta situación.
El piso de la política tiende a deteriorarse en
la misma medida en que esta se deja subordinar por la facticidad, es
decir, desde el momento en que la acción política sólo
contempla aquello que es y considera como prescindible una imagen de
lo que debería ser. Tal vez uno de los síntomas más
claros de este fenómeno se muestra en el discurso que entiende
como natural la subordinación de la política a la economía,
de lo político a lo técnico, sin contemplar espacio a
los equilibrios virtuosos que dejen operar las imágenes de lo
que debe ser, o de lo que es justo. Como lo dijo uno de los panelistas
de dicho seminario, donde se confunde el rol de la gerencia de finanzas
con el papel de la gerencia de desarrollo.
Por otra parte, me parece de extrema utilidad intelectual
y práctica plantearse como posible vía de solución
de este vaciamiento de sentidos del accionar político, el intento
o la voluntad de desplazar lo público fuera del Estado. La experiencia
común, la acción colectiva que posibilita la creación
de imaginarios compartidos no debe descansar solamente en las instituciones
estatales, es necesario crear y recrear espacios autónomos de
acción ciudadana, como una de las fórmulas para intentar
la superación de nuestra ausencia de una imagen de lo que significa
ser chileno hoy.
En este caso el desafío es doble, puesto que si
seguimos construyendo instituciones que tienen problemas para oir lo
que opinan e imaginan sus componentes o "usuarios", lo más
probable es que del otro lado de las estructuras y normas que dan vida
a dicha institucionalidad, existan ciudadanos que piensen que no vale
la pena hablar, puesto que las posibilidades de ser escuchado son demasiado
bajas.
Sin duda alguna que este último punto es de especial
importancia para la activación de una reflexión intelectual
centrada sobre los desafíos que las políticas públicas
y la gestión puedan llegar a tener sobre los cambios que pueda
experimentar este diagnóstico. Evidentemente, este núcleo
de acción marca uno de los sentidos de misión más
importantes para la actividad del INAP.