Cecilia Montero, Directora del Departamento de Políticas
Públicas del INAP, destaca que definir Metas de Desarrollo constituye
una forma distinta de planificación, que implica una mirada crítica
y retrospectiva de nuestro proceso de desarrollo como país.
¿Cómo será Chile al 2015?
La respuesta depende de las decisiones que tomemos, como
país, desde ahora. Este es el ejercicio en el que se encuentra
trabajando Naciones Unidas con el conjunto de 147 países, entre
ellos Chile, que suscribieron la Declaración del Milenio y que
consiste en definir cuáles serán las Metas de Desarrollo
al año 2015 . La propuesta es sencilla, a primera vista, ya que
se formulan un conjunto limitado de objetivos a alcanzar para que el
mayor número de países se movilice para erradicar el hambre,
reducir la pobreza, disminuir la mortalidad infantil, detener la propagación
del SIDA, entregar educación básica universal, mejorar
la calidad de vida de los tugurios y preservar los recursos naturales.
Cada país deberá adecuar los objetivos a su realidad,
establecer donde está el esfuerzo a realizar y definir sus metas,
proceso que implica una movilización nacional que desemboque
en una suerte de informe-país fruto del consenso entre actores
públicos, privados y de la sociedad civil.
El ejercicio resulta saludable para Chile pues llega
en el momento en que el país está apenas tomando conciencia
de que está en una transición hacia una sociedad más
adulta, con nuevas necesidades sociales, que requiere de un vuelco mayor
en la forma de enfrentar el desarrollo. Podría decirse que desde
mediados de los 80 el desarrollo del país se orientó hacia
afuera y que al comenzar el milenio la mirada es más hacia adentro,
hacia qué tipo de sociedad somos y podemos ser.
Del énfasis en lo económico (inserción
externa y competitividad) se pasó a la recuperación política
y social (democratización e inversión social), para desembocar
en una fase de perplejidad e incertidumbre. Los enfoques tradicionales
no están teniendo los efectos esperados: existe todavía
un núcleo duro de extrema pobreza, tenemos resultados insuficientes
en salud y educación, no se ha logrado detener el deterioro del
medio ambiente, mientras aumenta la delincuencia y se degrada la calidad
de vida en las ciudades. La ciudadanía sigue mirando hacia arriba,
hacia el Estado en busca de las soluciones a sus problemas al tiempo
en que aumenta la sensación de que nada cambiará. ¿No
será que no tenemos todavía las categorías para
pensar esta transición, este medio camino entre el subdesarrollo
y el desarrollo? Una transición que nos llevará necesariamente,
a asumir que no le corresponde sólo al Estado dar respuesta a
los problemas sociales, que los privados y la empresa debemos invertir
para tener una educación de calidad, que somos todos responsables
del deterioro del medio ambiente.
La tarea de definir Metas de Desarrollo es un ejercicio,
distinto al de las antiguas planificaciones, que lleva a colocar en
perspectiva histórica los logros y falencias de nuestro desarrollo
reciente. El sólo hecho de proyectarse al 2015 obliga a relativizar,
a establecer prioridades y sobretodo a dejar de mirar el país
como una unidad homogénea que evoluciona al mismo ritmo.
Asumir la transición socio-demográfica:
los indicadores socio-demográficos y las cifras comparativas
de los censos de 1992 y 2002 son suficientemente elocuentes como para
convencernos de que el país ha cambiado: la población
es más adulta, hay menos niños menores de 5 años,
la gente vive mayoritariamente en zonas urbanas.
Pero no sólo lo la demografía es responsable
de los cambios, también lo es la inversión social que
se viene realizando en forma sostenida y a la cual se puede atribuir
el nuevo perfil social y epidemiológico de la población.
El número de pobres e indigentes se ha reducido pero seguimos
teniendo un sector de la población altamente vulnerable a la
exclusión social. Nuestra pobreza relativa se expresa como una
fuerte desigualdad social que ninguna política social ha logrado
reducir.
A su vez, nuestros problemas de salud no son la desnutrición
infantil, la mortalidad materna, la tuberculosis o las enfermedades
infecciosas sino, justamente, los males que vienen con el desarrollo:
la obesidad, la diabetes, los accidentes cardiovasculares y las enfermedades
sicológicas. En otras palabras tenemos que cambiar la mirada
y considerarnos como un país que vive una transición demográfica
y epidemiológica.
Reconocer la diversidad: las mediciones estadísticas
apuntan a cuantificar la distribución de ciertos atributos y
son eficaces para dimensionar los órdenes de magnitud de los
problemas. Pero no reflejan sino en forma fragmentaria el hecho de que
una nación está compuesta de comunidades muy diversas.
En la base de los actuales problemas sociales de Chile está el
desigual acceso a los recursos de los segmentos de población,
de los territorios, de los grupos vulnerables. La pobreza afecta con
más crudeza a aquellos que acumulan ciertos atributos: pueblos
indígenas, mujeres, habitantes de zonas rurales o del secano
costero. No podemos proyectarnos a futuro si no nos reconocemos en esta
diversidad y nos hacemos cargo de la desigual distribución de
oportunidades entre las diferentes comunidades que conforman la Nación.
Modelos de desarrollo dispares: Otro riesgo que encierra
el manejo exclusivo de estadísticas globales, particularmente
si son positivas, es desconocer que el modelo que ha probado ser exitoso
para el conjunto del país durante un cierto período de
años, puede no serlo para todos los territorios que lo componen.
Esto salta a la vista cuando se examinan los indicadores medio ambientales.
Tomemos por ejemplo el recurso hídrico. Chile no tiene globalmente
problemas de disponibilidad de agua pero existen grandes disparidades
en el acceso a la misma: si en todo Chile se consumen 1000 m3/s por
habitante en la zona Norte esta cifra es inferior a 500 m3/s sin contar
las enormes diferencias en el precio que paga el consumidor .
Desde el punto de vista del desarrollo regional el recurso
hídrico sirve como revelador de los diferentes modelos de desarrollo
implícitos en las estructuras productivas regionales. Postular
la preservación de la biodiversidad en el Norte (aguas subterráneas,
vegas y bofedales) resulta incompatible con el uso del recurso hídrico
por la actividad minera que es la que da empleo en la región.
En cambio en la IV región es a la inversa: la actividad agrícola
de exportación está en condiciones de desplazar a la minería
a condición de preservar el recurso agua para los regantes.
Definir metas de desarrollo para el país puede
ser la oportunidad de consolidar logros, asumir los rezagos, identificar
zonas y comunidades a las que no ha llegado la modernidad y darle a
las regiones la oportunidad de definir cuáles son sus prioridades
en materia social y medio ambiental. Esto no significa que abandonemos
los objetivos nacionales. Existe en el país suficiente experiencia,
suficiente inteligencia en materia de políticas públicas.
Estamos en condiciones de incorporar los aprendizajes y lecciones surgidas
durante los años 90 y de comprometernos a saldar la nueva deuda
social que hemos generado en democracia. No lo podremos hacer si no
atacamos la reproducción de la pobreza que genera la segregación
espacial en las ciudades, el desigual acceso a los servicios básicos,
el centralismo y la ausencia de participación ciudadana. Estas
son algunas de nuestras tareas pendientes.