Cuando se habla de Liderazgo Femenino se hace referencia
a la idea de que las Mujeres lideren a partir de su propia feminidad.
Para ello es necesario centrar la discusión en dos cuestiones
fundamentales. En primer lugar, reconocer que las Mujeres poseen algunas
características distintivas en relación a los varones
y que por ello son propias y en segundo lugar, que estas características
serían una fortaleza a la hora de dirigir una organización.
Es decir, el Liderazgo Femenino no es otra cosa que la utilización
de las características propias de las Mujeres para ejercer el
liderazgo al interior de las organizaciones, entendiendo que éstas
son su principal fortaleza.
La pregunta que entonces surge de esta afirmación
es si las Mujeres efectivamente tienen estas características
propias; y luego, por que éstas serían una fortaleza para
el ejercicio del liderazgo.
En relación al primer punto conviene hacerse la
pregunta si en verdad las Mujeres tienen sus propias características.
Para responder esto es pertinente indagar sobre los aspectos que contribuyen
a la formación y/o construcción de la identidad femenina.
En este sentido habrían dos aspectos asociados a la identidad
femenina, tales son, el aspecto cultural y el aspecto biológico;
es decir, lo que se forja en tanto se es miembro de una sociedad, como
construcción humana, y luego, lo que “viene dado por la
naturaleza”.
Desde esta perspectiva, la pregunta apropiada no sería
sobre las características propias de la Mujer, sino, ¿qué
es ser Mujer?.... la respuesta a ello debiera darnos luces sobre sus
características.
¿Qué es ser Mujer?. Para responder esto
resulta interesante revisar dos posiciones que aparentan ser contradictorias,
la que propone Simone de Beauvoir y luego la de Helen Fisher.
Simone de Beauvoir planteó a fines de los años
cuarenta que la mujer no nacía, sino, que se hacía producto
de las fuerzas sociales que confluían en la construcción
de su identidad, lo que determinaba finalmente su rol en la sociedad
y las expectativas que giraban en torno a ella. En este proceso la mujer
aprendía a ser mujer y a ocupar el lugar que estaban llamada
a desempeñar.
Con este mismo planteamiento comienza Helen Fisher1
cuando se hace igual pregunta, porque de algún modo Beauvoir
sigue teniendo razón en lo que señala. Cuando al nacer
vestimos de rosa a las niñas y de celeste a los varones actuamos
como las fuerzas sociales y culturales de las que habla Beauvoir; se
está construyendo identidad a partir del vestuario, del lenguaje,
de las normas y de todo lo que como seres culturales se ha sido capaz
de construir a lo largo de la historia. Pero si bien Fisher comienza
con Beauvoir, termina con su propia propuesta, al señalar que
la Mujer nace Mujer y que esa sería la razón para afirmar
que tiene sus propias características.
De hecho no es casualidad que Simone de Beauvoir se refiera
a la Mujer como el “segundo sexo” y Helen Fisher como el
“primer sexo”, pero sus posiciones están lejos de
ser excluyente e irreconciliables.
Porque el Segundo Sexo sustenta la idea de que la Mujer
se “construye” a través de la cultura y que es ésta
la que determina el Ser Mujer, y esto es correcto; mientras que el Primer
Sexo es un llamado de atención en el sentido de indicar que la
Mujer es Mujer aun en el vientre materno; y esto también es correcto.
Ante la pregunta formulada sobre ¿qué es
ser mujer?; la respuesta que a veces parece dicotómica es si
ser Mujer es un asunto cultural o una cuestión biológica.
A decir verdad, ambas respuestas son acertadas y por
eso las posiciones de Beauvouir y Fisher no son contradictorias. Lo
que las Mujeres son está condicionado al entorno político
y cultural en que se encuentran inmersas y lo que ellas son también
está determinado por la herencia biológica.
De esta forma lo cultural (es decir, el entorno social,
político y cultural) moldea aquellas cualidades que vienen dadas
naturalmente; y en esto Fisher no sólo se diferencia de Beauvoir,
sino, que también acierta, porque a lo largo de la historia las
Mujeres han desarrollado cualidades propias, más allá
del entorno cultural y el contexto de espacio, tiempo y lugar del que
se hubiere tratado; porque a lo largo de la historia profunda ha sido
posible advertir que hombres y mujeres son distintos, porque ambos tienen
dotes naturales.
A esas dotes naturales Fisher las llama “capacidades
innatas”, y esas capacidades innatas son precisamente aquellas
que siendo parte de la esencia de Ser Mujer la cultura ha moldeado a
través del tiempo. Para Fisher las capacidades innatas de la
Mujer se resumen en las siguientes: habilidad verbal; capacidad para
interpretar posturas, gestos, expresiones faciales y otros signos no
verbales; sensibilidad emocional; empatía; excelente sentido
del tacto, del olfato y del oído; paciencia; capacidad para pensar
y hacer varias cosas simultáneamente; una amplia visión
contextual de las cosas; afición a hacer planes a largo plazo;
talento para crear redes de contacto y para negociar; impulso maternal;
preferencia por cooperar, llegar a consensos y liderar sirviéndose
de equipos igualitarios 2.
Desde la perspectiva de la construcción de la
identidad de la Mujer es posible reconocer dos momentos en la historia
que marcan de manera inequívoca cómo ésta se ha
ido construyendo: el Matriarcado y el Patriarcado.
El Matriarcado es aquel período de la historia
donde se reconoce la importancia social, política y económica
de la Mujer en la organización de las sociedades primitivas y
en relación a los varones; mientras que el Patriarcado corresponde
al período donde este orden social, político y económico
es dirigido por los varones en desmedro de las Mujeres.
Lo interesante, sin embargo, es que en ambos momentos,
es decir, en el Matriarcado y en el Patriarcado, la identidad de la
Mujer se construyó alrededor de su rol procreador de vida, de
organizadora y de proveedora, sólo que la diferencia entre ambas
concepciones estuvo en sus énfasis.
Mientras que en el Matriarcado el rol de la Mujer fue
de gran importancia para la sociedad primitiva, siendo económica
y socialmente poderosa 3 , en el Patriarcado, con el
advenimiento de la sociedad agraria y sedentaria, éste quedó
relegado a un lugar de menor importancia y subordinado a la labor del
varón.
Pero en ambos períodos, la identidad de la Mujer
se construyó a partir de las capacidades innatas de Fisher, sólo
que variaron las funciones que se derivaron de ellas: porque en un momento
éstas fueron principales y en el otro, secundarias.
Sin embargo, hoy en día la situación está
cambiando, las mujeres están dejando atrás su rol secundario
y el mundo privado que las mantenía recluidas y alejadas del
mundo público, ellas se están incorporando a la población
activa remunerada, a la educación, están mejorando su
calidad de vida, han aprendido a regular sus tiempos y momentos de maternidad,
están disfrutando de su sexualidad, en definitiva están
logrando un lugar de relevancia en la sociedad, tal como ocurrió
miles de años atrás.
En esta situación, es dable pensar que las mujeres
influirán decisivamente en los diferentes ámbitos de la
vida actual, en las relaciones afectivas y sexuales, y en la vida familiar
del nuevo siglo, porque la dinámica del nuevo siglo ha de requerir
un nuevo estilo de liderazgo. Se está viviendo una situación
donde las comunicaciones y el manejo de la información se ha
transformado en un asunto importante, donde las relaciones entre las
personas son fundamentales, donde la gestión del tiempo es prioritaria,
donde el trabajo en equipos es necesario...donde, en definitiva, las
capacidades innatas de las Mujeres serían adecuadas a estas nuevas
circunstancias.
Aceptada la idea de las características propias
de las mujeres es pertinente revisar el segundo punto, es decir, si
estas capacidades son una fortaleza a la hora de dirigir una organización.
La pregunta aquí es bastante simple: para dirigir
una organización ¿se requieren características
especiales?.
La respuesta es afirmativa, porque de otra manera no
se explicaría la existencia de una serie de propuestas y teorías
sobre el Liderazgo en las organizaciones y los estilos de Dirección.
El asunto es que todo lo que se ha construido en relación a Liderazgo
y Dirección (factores del liderazgo, características del
líder, liderato, estilo de dirección, etc) ha sido aludiendo
a características asociadas al varón, tales como, cumplimiento
de objetivos, logro de metas, influencia interpersonal e intra organizacional,
jerarquía, organizaciones piramidales, existencia de reglas del
juego claras y establecidas.
Los varones han sido socializados para el cumplimiento
de logros y objetivos; para proveer y mantener a la familia; para competir
entre sus pares; para trabajar y conseguir su éxito en el mundo
público, para luchar hasta llegar a la cumbre. Y esto se ha visto
favorecido por sus propias capacidades innatas, también de Fisher,
tales como: una magnífica comprensión de las relaciones
espaciales, talento para resolver problemas mecánicos complejos;
capacidad para centrar la atención y habilidad para controlar
muchas de sus emociones 4.
Y estas capacidades le han sido útiles en este
Patriarcado que, siguiendo a Manuel Castells (1999), parece estar llegando
a su fin. Por eso tiene lógica hablar de Liderazgo Femenino,
porque si el Patriarcado ha favorecido el desarrollo de mejores posiciones
para los hombre a partir de sus características propias, las
que han definido las propuestas de liderazgo y dirección, tiene
sentido que ante el debilitamiento del Patriarcado se cuestione también
este tipo de liderazgo y se esté pensando en uno acorde a los
nuevos tiempos que se están viviendo.
Ahora bien conviene preguntarse sobre las oportunidades
que tienen las Mujeres para dirigir una organización, y pareciera
ser que la respuesta sería que las mismas oportunidades en tanto
actúe como un hombre, pensando que ese ha sido el “tipo”
de liderazgo y dirección que ha primado hasta hoy.
¿Es esta respuesta un Mito o una Realidad?. ¿Es
cierto que las Mujeres tienen más oportunidades de asumir roles
de liderazgo y puestos de alta dirección en la medida que actúen
como hombres?
Pues bien, ¿cómo actúan los hombres?.
Los hombres compiten; se dedican en exclusivo a su carrera profesional
(o a su trabajo en términos generales), sacrifican tiempo de
su vida privada en pos de lograr metas organizacionales; ordenan su
mundo público a su manera porque trabajan con el supuesto que
su mundo privado está bajo control (alguien está a cargo
de ello); extienden y ordenan su agenda de actividades en función
de los requerimientos de la organización; siempre tienen tiempo
para la organización: cenan, beben y se reúnen en horarios
fuera de oficina para trabajar estrategias organizacionales; están
disponibles para promociones, viajes y asistencia a congresos; trabajan
y estudian para mejorar su posición en la organización,
etc.
Por años las Mujeres que han alcanzado cargos
de alta dirección y asumido roles de liderazgo en las organizaciones
se han visto envueltas en el estigma de la masculinización, esto
es, actuar como hombres para mantener sus posiciones de poder en su
interior.
Y es verdad, deben dedicarse exclusivamente a su carrera
profesional, deben sacrificar tiempo de su vida privada para lograr
metas organizacionales, deben ordenan su mundo público en desmedro
de su mundo privado (porque a diferencia del hombre, para ellas el mundo
privado está a su cargo y no a cargo del otro), deben extender
su agenda de actividades en función de los requerimientos de
la organización, deben tener tiempo para la organización,
deben cenar, beber y reunirse en horarios fuera de oficina para trabajar
estrategias organizacionales, deben estar disponibles para promociones,
viajes y asistencia a congresos; deben trabajar y estudiar para mantener
(y no mejorar) su posición en la organización, etc.
Lo que para los hombres es un estilo de vida, producto
de su socialización, para las Mujeres se convierte en un “deber”,
porque las organizaciones han asumido estas prácticas en su interior
de una manera incuestionable y que obedecen a una lógica masculina
de trabajo. Porque el Patriarcado suponía que el hombre estaba
en el mundo público y la mujer en el privado, y cuando hubo mujeres
que cruzaron el umbral, debieron asumir el estigma de la masculinización
para lograr y mantener un lugar de importancia.
Y el costo de esta masculinización ha sido altísimo
para la Mujer, a saber:
1. La soledad en los puestos de poder: las Mujeres en
los cargos de poder o en los más altos de las organizaciones
suelen estar solas porque carecen de redes de contacto. En ese nivel
de la organización existen pocas mujeres, por lo tanto, la única
opción es incrementar la red de apoyo con otros hombres cuyos
intereses en la organización suelen ser compatibles, pero incompatibles
a la hora de hacer un balance y mantener un equilibrio con las responsabilidades
en el hogar (el mundo privado). El varón tiene resuelto su mundo
privado, tal vez, porque sus llegadas tardes o sus constantes viajes
están “equiparados” con la presencia de una Mujer
en el hogar, pero esta misma situación tiene efectos distintos
y perversos en la Mujer, quien es la que está manteniendo el
equilibrio...pero si ella no está, si es ella la que está
llegando tarde, si es ella la que está viajando, ¿quién
mantiene ese equilibrio?.
2. Tensión trabajo y familia: debido a la presencia
de la Mujer en la organización y a su ausencia en la familia
se hace imposible mantener el equilibrio sin que en una u otra se resienta
su normal desarrollo. La incomprensión del nuevo rol que está
asumiendo la Mujer en la sociedad, y de las oportunidades que se le
están brindando, el aumento considerable de las parejas de dobles
ingresos que permiten que las familias mejoren su calidad de vida, hacen
pensar que es imposible que siga siendo la mujer la única responsable
de mantener este “equilibrio”; la idea del Ejecutivo exitoso
en una empresa o del profesional emprendedor (que trabaja y estudia
a la vez), pero con rotundos fracasos matrimoniales y familiares, nos
hace replantear el sentido de las organizaciones, el valor de la familia
y el concepto de éxito.
3. Crisis en la relación de pareja: hace tiempo
que el trabajo de la Mujer ha dejado de ser un hobbie o un complemento
en los ingresos familiares y hoy en día es una necesidad para
muchas familias que aspiran a mejorar su calidad de vida, del mismo
modo, hace mucho que las mujeres lograron altos niveles de educación,
igualando y superando a los varones en su rendimiento y logros académicos,
como para pensar que éstas deberían “sacrificar”
lo obtenido por el bien de la familia. La incomprensión de esta
situación de parte del varón, pero también de la
mujer, ha llevado a que las actuales generaciones cuestionen las validez
del compromiso de pareja y de su institucionalización.
4. Sacrificio y/o postergación de la maternidad:
si la familia es la unidad básica de la sociedad, la postergación
de la maternidad es una manera de corroerla. No es posible pensar que
las mujeres deban postergar la decisión de tener un hijo so riesgo
de perder el empleo, como si ello fuese una razón para merecer
este castigo. No es posible pensar que la protección de la maternidad
existe si y solo si las mujeres son contratadas por las organizaciones.
No es posible pensar que los permisos de ausencia laboral debido a enfermedades
de los hijos y existencia y uso de salas cunas y jardines infantiles
para los hijos de quienes realizan algún trabajo remunerado existen
solo si las organizaciones tienen cuotas de mujeres contratadas; no
es posible pensar que la maternidad siga siendo un problemas de mujeres.
Si la familia es la base de la sociedad, que sea la sociedad toda quien
la proteja.
En este escenario pareciera ser que la única opción
de la Mujer es replegarse a un segundo plano y no optar a cargos directivos
o renunciar a aquello que le impide ascender en la organización
(como tener una familia) o finalmente, masculinizarse.
Frente a estas opciones, que en realidad no son opciones,
sino, que exclusiones, hace mucho sentido la propuesta de Nuria Chinchilla
y Ma. Consuelo León sobre la ambición femenina 5
, es decir, desarrollar una carrera profesional y tener familia, ser
madres y mujeres exitosas...todo al mismo tiempo.
Es decir, plantear que las mujeres no deban optar necesariamente
por el Trabajo o por la Familia, a modo de exclusión, es una
propuesta que está ligada estrechamente a lo que se ha venido
proponiendo sobre Liderazgo Femenino.
Porque para lograr cumplir con esta “ambición
femenina” se requiere que las Mujeres sean respetadas en su feminidad,
y en ello, su maternidad, y poder así diseñar sus vidas
sabiendo que cuentan con el respaldo de una organización que
no las excluirá por ser madres y esposas. La idea de compatibilizar
la familia con el trabajo pareciera ser la solución a la deshumanización
de las organizaciones, es decir, a la idea de que los funcionarios y
los empleados son sólo entes de trabajo y no miembros de familias,
todas las cuales construyen sociedad.
Y en todo se requiere de la comprensión y la complicidad
del varón, porque si él no comprende este nuevo escenario
lo más probable es que esta aparente dicotomía “trabajo
y familia” dicotomice la relación “hombre y mujer”.
Pero cómo generar el cambio. A partir de las capacidades
innatas de Fisher. Si Helen Fisher está en lo correcto cuando
plantea que éste es el tiempo de las mujeres, entonces que sean
las mujeres las que lideren este cambio.
Para Sally Helgsen 6 el Liderazgo Femenino
se diferencia del masculino que pretende alcanzar metas y lograr objetivos...y
por cierto, llegar a la cumbre, porque las mujeres ven a las organizaciones
de una manera distinta. Para las Mujeres no se trataría del gran
juego de la vida donde todo se gana o todo se pierde, porque ella es
capaz de poner atención a los detalles y a las relaciones entre
las personas, gestiona su tiempo a tal punto de salir a la hora y atender
a su familia, cuida y ayuda a sus empleados, comprendiendo sus situaciones
personales, y en general tienen una vida más allá de la
propia organización.
En conclusión, la idea del Liderazgo Femenino
está en directa relación con la posibilidad de concretar
la “ambición femenina”, es decir, la compatibilización
del “trabajo y la familia” al mismo tiempo.
El Liderazgo Femenino implica ser Mujer en un mundo cuyas
prácticas han sido formuladas por lo hombres, pero que a partir
de ello es posible aportar un estilo de liderazgo basado en las cualidades
que las Mujeres poseen y han desarrollado a través de la historia
en su mundo privado
El Liderazgo Femenino significa de algún modo humanizar las organizaciones
con esta experiencia del “mundo privado” en el “mundo
público” del que habían sido excluidas y por ello
comprender que esta realidad no es excluyente, sino, que debiera ser
compatible.El Liderazgo Femenino significa entender que el cambio es
posible desde las Mujeres, pero también desde los varones que
son concientes de esta problemática que ha mermado su rol en
la familia al no permitir flexibilizar su rol en el mundo público.
El Liderazgo Femenino habla de establecer Puntos de Acuerdo
en la familia para permitir el desarrollo integral de sus miembros.
El Liderazgo Femenino, en conclusión, debiera
trabajar en la conversión de una organización comprometida
con la Familia y por ello, más humana.
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NOTAS
(0) Académica Instructora del Departamento de
Gobierno y Gestión Pública del Instituto de Asuntos
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de “Gestión Pública y Mujeres”. Actualmente
dicta el Seminario de Administración Pública sobre “Estudio
de Mujeres: Liderazgo y Ascenso al Poder” en la Escuela de Gobierno
y Gestión Pública del INAP.
(1) FISHER, HELEN. “El Primer Sexo.
Las capacidades innatas de las Mujeres y cómo están cambiando
el mundo”. Editorial Taurus. Madrid. 2000.
(2) FISHER, HELEN. Op. Cit. Pág.
15.
(3) Interesante resulta en este párrafo
la idea de la divinidad femenina planteada por Pepe Rodríguez
en su texto “Dios nació Mujer” (2000). Según
Rodríguez, la mujer primitiva no estuvo sometida al varón
y la sociedad dependía de su triple función procreadora,
organizadora y proveedora; mismas que hoy en día parecen no tener
importancia.
(4) FISHER, HELEN. Op. Cit. Pág.
15.
(5) CUNILL, NURIA & LEON, Ma. CONSUELO.
“La Ambicón Femenina. Cómo re conciliar trabajo
y familia”. Aguilar. Santiago de Chile. 2004
(6) Citada por KAUFMANN, ALICIA E. En:
NUÑO, LAURA.(compiladora) “Mujeres: de lo público
a lo privado”. Editorial TECNOS, Madrid. 1999.