Si las reflexiones de Norbert Lechner
pudiesen comprimirse en una frase, esta habría que estructurarla
desde una tensión fundamental entre orden y deseo. ¿Cómo
pensar los límites de la convivencia colectiva y a la vez hacerse
cargo de las imágenes de futuro que son parte de dicha colectividad?
¿Cómo entender una relación de complemento entre
la racionalidad funcional que exige la construcción normativa
del orden colectivo y la subjetividad de quienes conceden la legitimidad
a dichas normas?
Para Lechner las respuestas para explicar
esta tensión no se constituyen como necesidad de superación
de la misma, sino que se construyen como un proceso nunca acabado y
altamente conflictivo que explora los intersticios existentes entre
los procesos de construcción de la identidad personal y la estructuración
de un modo de convivencia colectivo. Es decir, las posibles alternativas
se encuentran en reconocer, e integrar a la reflexión, la tensión
existente entre el yo y el nosotros.
En agosto del año 2003 Norbert
Lechner recibe la nacionalidad chilena en una emotiva ceremonia organizada
en los salones del Congreso Nacional en Santiago. Pocos meses antes
de su muerte, y con absoluta conciencia de su estado de salud, redacta
un discurso de agradecimiento que refleja cabalmente el estatus de su
reflexión sobre la sociedad: a partir de las declinaciones subjetivas
del propio yo, instala un concepto de nación como construcción
deliberada e intersubjetiva.
En dicho discurso habla sobre su condición
alemana de origen, heredada y conflictiva por los amargos recuerdos
del nazismo, en distinción con su condición de chileno,
construida como una opción elegida por amor y compromiso democrático.
Aunque no por ello menos conflictiva y en permanente construcción
y resignificación. Hacia el final de dicho discurso, Lechner
propone una noción de orden colectivo que se hace cargo de la
tensión que hemos destacado entre el yo y el nosotros y que implica
necesariamente resignificar el orden como estructura de reconocimiento
y a la vez confirmar la subjetividad como pluralidad y diferencia.
De ahí entonces que su nacionalización
no la entienda como “una especie de asimilación homogenizadora,
sino como auto-afirmación de un estilo de convivir en la diversidad”.
Afirmando su propia identidad nos dice: “nunca seré un
“chileno típico”; no me hago ilusión alguna.
No pierdo mi acento germano, no me gusta el mote con huesillos, nunca
he bailado cueca.” Paralelamente nos propone una visión
del orden colectivo al que quiere incorporarse: “Pero tampoco
ese es el “carácter nacional”, uniforme e inmutable,
al cual se me invita. Cuando el honorable Congreso de la República
decide incorporarme a la nación chilena, es para ratificar su
principio constitutivo: la pluralidad de intereses y opiniones, la confrontación
de memorias y experiencias, la conversación sobre interpretaciones
y expectativas.” 1
¿A que refieren estos principios
constitutivos que menciona Lechner? Por una parte hablan de la diferencia
y de los conflictos que están asociados a la traducción
biográfica de los procesos sociales, pero de modo complementario
nos hablan de la confrontación y la conversación que se
instalan en las instituciones republicanas. En definitiva, cuando Lechner
imagina una fórmula para hacer creativas las diferencias sociales
en la construcción de un estilo de convivencia colectiva, está
haciendo referencia a la política como espacio de trabajo, traducción
y construcción de acuerdos intersubjetivos.
En esta revalorización de la política
resuenan dos grandes procesos históricos y sociales que marcaron
la reflexión de Norbert Lechner. Tanto en el discurso revolucionario
de los 60 como en el autoritarismo tecnocrático de los 80 se
niega este concepto de la política, es decir, se la niega como
el espacio de trabajo para intentar la complementariedad de las diferencias.
En ambos procesos el orden es concebido como la imposición inconsulta
de una visión auto-asumida como “correcta” por parte
de una minoría iluminada y no como una propuesta permanentemente
en construcción e inacabada a partir, justamente, de su condición
de ser intersubjetiva.
Este redimensionamiento o resignificación
de la política implica la afirmación de los componentes
de la acción colectiva que alimentan las posibilidades de los
sujetos para encontrarse y reconstruir permanentemente los sentidos
del orden. Desde esta perspectiva Lechner entenderá que para
hacerse efectiva, la política supone como condición necesaria
previa, concebir la sociedad como una estructura des-naturalizada, es
decir, cuyas dinámicas de desarrollo no son autónomas
de la subjetividad de los actores que la conforman. Si no existe lo
que podríamos llamar una inmanencia de la estructura social,
entonces la política es el campo empleado para la definición
y construcción de las dinámicas de la vida comunitaria.
Al explicitar los alcances teórico-operativos
de esta noción de la política, Lechner fija en su reflexión
algunos de los componentes fundamentales que lo acompañarán
a lo largo de toda su vida intelectual.2
En este sentido, su empeño de reflexión tenderá
a destacar los componentes imaginario-simbólicos del poder y
así complementar los claros elementos de técnica social
que tiene la política, con aquellos otros componentes vinculados,
esta vez, a las dinámicas de interacción entre los sujetos
que le dan vida.
Junto a la clásica adecuación
de medios a fines, Lechner paralelamente sondeará los componentes
ritualistas de la política; aquellos que se afincan en el afán
de esta actividad por contar con aprobación, aceptación
y reconocimiento. Es decir, el poder no sólo estará centrado
en la resolución eficiente de desajustes sistémicos a
partir de capacidades funcionales, sino que paralelamente deberá
ocuparse de la legitimidad y sustentabilidad en el tiempo de dichas
intervenciones. En definitiva, Lechner nos advierte que la necesaria
formalización que desarrolla la política para encargarse
de la complejidad de una sociedad moderna, acarrea un riesgo en tanto
potencia la separación de esta del sentido común del ciudadano.
La cultura de expertos tiende a instalarse como negación de la
subjetividad de los legos y por tanto, a encerrar el diseño del
orden social colectivo en manos de un grupo reducido. Esta potencial
dicotomía volverá a aparecer posteriormente en las reflexiones
de Lechner.
La reflexión sobre la subjetividad
como objeto de estudio se consolida con la llegada de la democracia
puesto que para Lechner, esta representa la oportunidad de superación
de la distinción entre racionalidad y subjetividad que tan brutalmente
se instala tanto a causa de la racionalidad revolucionaria, como de
la violación de los DD.HH. durante las dictaduras, como de la
modernización autoritaria de los años 80. En este sentido,
la democracia se muestra como la oportunidad de romper con las dinámicas
de lo heroico y lo totalizador, para dar paso al posibilismo y al presentismo
propios de las transiciones y especialmente de la chilena.3
El desencanto de lo que Lechner llama
cultura postmoderna entrega dicha posibilidad de transitar desde la
revolución hacia la democracia. Reconstruir la democracia sobre
nuevas bases significa entonces resignificar la política y ello
a su vez implica constituir la subjetividad social como objeto de estudio
ya que “Al enfocar la vida cotidiana aludimos a las experiencias
que hacen aparecer la construcción social de las pautas de convivencia
social como un orden natural.”4
Entonces, si la democracia, entendida como este espacio de trabajo de
la política para la definición de los límites del
orden, es un constructo en permanente cambio, el estudio de la subjetividad,
o la simple atención sobre ella, implica tomar nota sobre la
incertudumbre que necesariamente lleva asociada.
En definitiva “de ser la incertidumbre
una característica constitutiva de la democracia, como sostienen
algunos, la demanda de certidumbre debiera ocupar un lugar privilegiado
en los estudios sobre democratización.”5
Esta tensión se instala al momento en que los sujetos toman en
sus propias manos el desafío de dibujar los límites de
los posible-social, pero a la vez impone la necesidad de visualizar
claramente los límites ya que “cuando todo es posible,
ello es percibido como caos... y la gente se defiende contra un estado
de cosas donde todo es posible.” 6
La democracia es entonces un constructo
ambiguo. La eficacia de la misma pasa por preservar dicha ambigüedad
en sus desafíos institucionales. Es decir, su condición
de éxito pasa por ser capaz de declinarse a sí misma como
un sistema institucional y normativo que crea instancias de reconocimiento
del sustrato subjetivo de los procesos sociales. Para Lechner, la oportunidad
del desencanto posmoderno y su coincidencia reflexiva en América
Latina con los procesos de redemocratización tiene limitaciones
claras. No basta con recuperar el valor de lo institucional y aceptar
la hipersecularización de la sociedad, “al identificar
la lógica política con el mercado y el intercambio, no
puede plantearse el problema de la identidad. Esta es, sin embargo,
precisamente una de las tareas mayores que enfrenta la cultura política
democrática.” 7
En Lechner, la continuidad de la reflexión
sobre este desafío es evidente. Durante los noventa este se desarrolla
como la ausencia de subjetividad en los procesos modernizadores y con
un tono distinto, se hace cargo de los silencios del desencanto postmoderno
y sus consecuencias para lo que califica como un subdesarrollo de lo
político frente a las nuevas dinámicas de la economía.
La seguridad simbólica 8
es la plataforma conceptual sobre la cual Lechner interpretará
las deficiencias de nuestra modernización autoritaria y de nuestra
transición.
La tensión fundamental entre orden
y deseo tan propia a las reflexiones de Lechner, en este nuevo cuadro
democrático recobran trascendencia. La poca presencia de subjetividad
en la operatoria de la nueva institucionalidad democrática deriva
en paradojas de fuerte significación: mientras podemos exhibir
como país importantes avances en el fortalecimiento de nuestra
economía, en la superación de los índices de pobreza,
en la extensión de cobertura en enseñanza, etc., al mismo
tiempo distintos indicadores de adhesión al sistema democrático
caen.
Al parecer la pura racionalidad sistémica
no basta en la acción política si esta pretende generar
integración y legitimidad. En definitiva, con Lechner podemos
afirmar que la subjetividad no es una variable blanda en el funcionamiento
eficiente de las sociedades democráticas contemporáneas.
El impacto y la lectura biográfica que los individuos hacen de
las “soluciones técnicas” son el sustrato sobre el
que se construye la sustentabilidad de las mismas. Por tanto si el orden
es ese constructo inacabado por subjetivo, cuando construimos normas
o soluciones alejadas de la seguridad simbólica, estamos construyendo
una visión débil o empobrecida de la política democrática.
En sus últimas reflexiones, Lechner
insiste enfáticamente sobre los desafíos de la política.
Cuando se hace un énfasis demasiado tosco en la necesidad de
mantener el orden se pierde la posibilidad de instalar el deseo subjetivo
como abridor de horizontes posibles. En el fondo del pensamiento de
Lechner resuenan las tensiones no resueltas y la complementariedad de
la diferencia. Como lo dijiera ya en los ochenta, el desafío
de la política es pensarse a si misma como un mecanismo de complementariedad
entre necesidad de orden y sobre todo, a partir de las historias particulares
de nuestras democracias, entenderse como un mecanismo de lectura de
la subjetividad, de sus componentes cognitivo-simbólicos que
instaura a la política como espacio de complemento.
La consistencia y actualidad del pensamiento
de Lechner son impresionantes. La implantación en el debate intelectual,
ya en los 80, de los desafíos de conocer la subjetividad social
que sustenta la política, se reconoce en la actualidad como un
aserto fundamental para entender los procesos de deslegitimación
de las democracias contemporáneas. Las reflexiones sobre el orden
democrático en su doble dimensión de normatividad y representación
son una herramienta conceptual central para adecuar la política
a las nuevas formas sociales surgidas de los dramáticos cambios
implementados en los últimos años.
Sin duda que este legado como pregunta
es el que nos deja Lechner y el mejor homenaje es seguir declinando
los desafíos intelectuales que incluye. Con respeto, con admiración,
con orgullo.
Notas
(0) Licenciado en Filosofía
y Magíster en Ciencia Política, Potificia Universidad
Católica de Chile. Master en Estudios Políticos, Instituto
de Estudios Políticos de París (Sciences-Po). Doctor (C)
en Sociología, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales
de París. Profesor Asistente del Departamento de Gobierno y Gestión
Pública del INAP
(1) Discurso pronunciado por Norbert Lechner con motivo
de recibir la nacionalidad chilena por gracia; Santiago, 7 de agosto
de 2003.
(2) Cfr. Lechner, N.;
“La conflictiva y nunca acabada construcción del orden
deseado”; Santiago; FLACSO; 1984. Particularmente capitulo I,
“Especificando la política.”
(3) Cfr. Lechner, N.;
“Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política”,
Santiago, FLACSO; 1988.
(4) Lechner, N.; “Los
patios interiores de la democracia”; p. 50.
(5) Lechner, N.; “Los
patios interiores de la democracia”; p.109.
(6) Lechner, N. “La
conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado”;
p. 22.
(7) Lechner, N.; “Los
patios interiores de la democracia”; p. 111.
(8) Lechner, N.; “Modernización
y democratización: un dilema del desarrollo chileno”; Estudios
Públicos, n° 70, otoño 1998