AÑO III - Nº4, SEPTIEMBRE 2004
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ISSN 0718-123X   
EDITORIAL
 

El legado de Norbert Lechner a las ciencias sociales en Chile.
Por: Eolo Díaz-Tendero

 

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AÑO III- Nº 4, SEPTIEMBRE 2004

El legado de Norbert Lechner a las Ciencias Sociales en Chile

Eolo Díaz-Tendero *

Si las reflexiones de Norbert Lechner pudiesen comprimirse en una frase, esta habría que estructurarla desde una tensión fundamental entre orden y deseo. ¿Cómo pensar los límites de la convivencia colectiva y a la vez hacerse cargo de las imágenes de futuro que son parte de dicha colectividad? ¿Cómo entender una relación de complemento entre la racionalidad funcional que exige la construcción normativa del orden colectivo y la subjetividad de quienes conceden la legitimidad a dichas normas?

Para Lechner las respuestas para explicar esta tensión no se constituyen como necesidad de superación de la misma, sino que se construyen como un proceso nunca acabado y altamente conflictivo que explora los intersticios existentes entre los procesos de construcción de la identidad personal y la estructuración de un modo de convivencia colectivo. Es decir, las posibles alternativas se encuentran en reconocer, e integrar a la reflexión, la tensión existente entre el yo y el nosotros.

En agosto del año 2003 Norbert Lechner recibe la nacionalidad chilena en una emotiva ceremonia organizada en los salones del Congreso Nacional en Santiago. Pocos meses antes de su muerte, y con absoluta conciencia de su estado de salud, redacta un discurso de agradecimiento que refleja cabalmente el estatus de su reflexión sobre la sociedad: a partir de las declinaciones subjetivas del propio yo, instala un concepto de nación como construcción deliberada e intersubjetiva.

En dicho discurso habla sobre su condición alemana de origen, heredada y conflictiva por los amargos recuerdos del nazismo, en distinción con su condición de chileno, construida como una opción elegida por amor y compromiso democrático. Aunque no por ello menos conflictiva y en permanente construcción y resignificación. Hacia el final de dicho discurso, Lechner propone una noción de orden colectivo que se hace cargo de la tensión que hemos destacado entre el yo y el nosotros y que implica necesariamente resignificar el orden como estructura de reconocimiento y a la vez confirmar la subjetividad como pluralidad y diferencia.

De ahí entonces que su nacionalización no la entienda como “una especie de asimilación homogenizadora, sino como auto-afirmación de un estilo de convivir en la diversidad”. Afirmando su propia identidad nos dice: “nunca seré un “chileno típico”; no me hago ilusión alguna. No pierdo mi acento germano, no me gusta el mote con huesillos, nunca he bailado cueca.” Paralelamente nos propone una visión del orden colectivo al que quiere incorporarse: “Pero tampoco ese es el “carácter nacional”, uniforme e inmutable, al cual se me invita. Cuando el honorable Congreso de la República decide incorporarme a la nación chilena, es para ratificar su principio constitutivo: la pluralidad de intereses y opiniones, la confrontación de memorias y experiencias, la conversación sobre interpretaciones y expectativas.” 1

¿A que refieren estos principios constitutivos que menciona Lechner? Por una parte hablan de la diferencia y de los conflictos que están asociados a la traducción biográfica de los procesos sociales, pero de modo complementario nos hablan de la confrontación y la conversación que se instalan en las instituciones republicanas. En definitiva, cuando Lechner imagina una fórmula para hacer creativas las diferencias sociales en la construcción de un estilo de convivencia colectiva, está haciendo referencia a la política como espacio de trabajo, traducción y construcción de acuerdos intersubjetivos.

En esta revalorización de la política resuenan dos grandes procesos históricos y sociales que marcaron la reflexión de Norbert Lechner. Tanto en el discurso revolucionario de los 60 como en el autoritarismo tecnocrático de los 80 se niega este concepto de la política, es decir, se la niega como el espacio de trabajo para intentar la complementariedad de las diferencias. En ambos procesos el orden es concebido como la imposición inconsulta de una visión auto-asumida como “correcta” por parte de una minoría iluminada y no como una propuesta permanentemente en construcción e inacabada a partir, justamente, de su condición de ser intersubjetiva.

Este redimensionamiento o resignificación de la política implica la afirmación de los componentes de la acción colectiva que alimentan las posibilidades de los sujetos para encontrarse y reconstruir permanentemente los sentidos del orden. Desde esta perspectiva Lechner entenderá que para hacerse efectiva, la política supone como condición necesaria previa, concebir la sociedad como una estructura des-naturalizada, es decir, cuyas dinámicas de desarrollo no son autónomas de la subjetividad de los actores que la conforman. Si no existe lo que podríamos llamar una inmanencia de la estructura social, entonces la política es el campo empleado para la definición y construcción de las dinámicas de la vida comunitaria.

Al explicitar los alcances teórico-operativos de esta noción de la política, Lechner fija en su reflexión algunos de los componentes fundamentales que lo acompañarán a lo largo de toda su vida intelectual.2 En este sentido, su empeño de reflexión tenderá a destacar los componentes imaginario-simbólicos del poder y así complementar los claros elementos de técnica social que tiene la política, con aquellos otros componentes vinculados, esta vez, a las dinámicas de interacción entre los sujetos que le dan vida.

Junto a la clásica adecuación de medios a fines, Lechner paralelamente sondeará los componentes ritualistas de la política; aquellos que se afincan en el afán de esta actividad por contar con aprobación, aceptación y reconocimiento. Es decir, el poder no sólo estará centrado en la resolución eficiente de desajustes sistémicos a partir de capacidades funcionales, sino que paralelamente deberá ocuparse de la legitimidad y sustentabilidad en el tiempo de dichas intervenciones. En definitiva, Lechner nos advierte que la necesaria formalización que desarrolla la política para encargarse de la complejidad de una sociedad moderna, acarrea un riesgo en tanto potencia la separación de esta del sentido común del ciudadano. La cultura de expertos tiende a instalarse como negación de la subjetividad de los legos y por tanto, a encerrar el diseño del orden social colectivo en manos de un grupo reducido. Esta potencial dicotomía volverá a aparecer posteriormente en las reflexiones de Lechner.

La reflexión sobre la subjetividad como objeto de estudio se consolida con la llegada de la democracia puesto que para Lechner, esta representa la oportunidad de superación de la distinción entre racionalidad y subjetividad que tan brutalmente se instala tanto a causa de la racionalidad revolucionaria, como de la violación de los DD.HH. durante las dictaduras, como de la modernización autoritaria de los años 80. En este sentido, la democracia se muestra como la oportunidad de romper con las dinámicas de lo heroico y lo totalizador, para dar paso al posibilismo y al presentismo propios de las transiciones y especialmente de la chilena.3

El desencanto de lo que Lechner llama cultura postmoderna entrega dicha posibilidad de transitar desde la revolución hacia la democracia. Reconstruir la democracia sobre nuevas bases significa entonces resignificar la política y ello a su vez implica constituir la subjetividad social como objeto de estudio ya que “Al enfocar la vida cotidiana aludimos a las experiencias que hacen aparecer la construcción social de las pautas de convivencia social como un orden natural.”4 Entonces, si la democracia, entendida como este espacio de trabajo de la política para la definición de los límites del orden, es un constructo en permanente cambio, el estudio de la subjetividad, o la simple atención sobre ella, implica tomar nota sobre la incertudumbre que necesariamente lleva asociada.

En definitiva “de ser la incertidumbre una característica constitutiva de la democracia, como sostienen algunos, la demanda de certidumbre debiera ocupar un lugar privilegiado en los estudios sobre democratización.”5 Esta tensión se instala al momento en que los sujetos toman en sus propias manos el desafío de dibujar los límites de los posible-social, pero a la vez impone la necesidad de visualizar claramente los límites ya que “cuando todo es posible, ello es percibido como caos... y la gente se defiende contra un estado de cosas donde todo es posible.” 6

La democracia es entonces un constructo ambiguo. La eficacia de la misma pasa por preservar dicha ambigüedad en sus desafíos institucionales. Es decir, su condición de éxito pasa por ser capaz de declinarse a sí misma como un sistema institucional y normativo que crea instancias de reconocimiento del sustrato subjetivo de los procesos sociales. Para Lechner, la oportunidad del desencanto posmoderno y su coincidencia reflexiva en América Latina con los procesos de redemocratización tiene limitaciones claras. No basta con recuperar el valor de lo institucional y aceptar la hipersecularización de la sociedad, “al identificar la lógica política con el mercado y el intercambio, no puede plantearse el problema de la identidad. Esta es, sin embargo, precisamente una de las tareas mayores que enfrenta la cultura política democrática.” 7

En Lechner, la continuidad de la reflexión sobre este desafío es evidente. Durante los noventa este se desarrolla como la ausencia de subjetividad en los procesos modernizadores y con un tono distinto, se hace cargo de los silencios del desencanto postmoderno y sus consecuencias para lo que califica como un subdesarrollo de lo político frente a las nuevas dinámicas de la economía. La seguridad simbólica 8 es la plataforma conceptual sobre la cual Lechner interpretará las deficiencias de nuestra modernización autoritaria y de nuestra transición.

La tensión fundamental entre orden y deseo tan propia a las reflexiones de Lechner, en este nuevo cuadro democrático recobran trascendencia. La poca presencia de subjetividad en la operatoria de la nueva institucionalidad democrática deriva en paradojas de fuerte significación: mientras podemos exhibir como país importantes avances en el fortalecimiento de nuestra economía, en la superación de los índices de pobreza, en la extensión de cobertura en enseñanza, etc., al mismo tiempo distintos indicadores de adhesión al sistema democrático caen.

Al parecer la pura racionalidad sistémica no basta en la acción política si esta pretende generar integración y legitimidad. En definitiva, con Lechner podemos afirmar que la subjetividad no es una variable blanda en el funcionamiento eficiente de las sociedades democráticas contemporáneas. El impacto y la lectura biográfica que los individuos hacen de las “soluciones técnicas” son el sustrato sobre el que se construye la sustentabilidad de las mismas. Por tanto si el orden es ese constructo inacabado por subjetivo, cuando construimos normas o soluciones alejadas de la seguridad simbólica, estamos construyendo una visión débil o empobrecida de la política democrática.

En sus últimas reflexiones, Lechner insiste enfáticamente sobre los desafíos de la política. Cuando se hace un énfasis demasiado tosco en la necesidad de mantener el orden se pierde la posibilidad de instalar el deseo subjetivo como abridor de horizontes posibles. En el fondo del pensamiento de Lechner resuenan las tensiones no resueltas y la complementariedad de la diferencia. Como lo dijiera ya en los ochenta, el desafío de la política es pensarse a si misma como un mecanismo de complementariedad entre necesidad de orden y sobre todo, a partir de las historias particulares de nuestras democracias, entenderse como un mecanismo de lectura de la subjetividad, de sus componentes cognitivo-simbólicos que instaura a la política como espacio de complemento.

La consistencia y actualidad del pensamiento de Lechner son impresionantes. La implantación en el debate intelectual, ya en los 80, de los desafíos de conocer la subjetividad social que sustenta la política, se reconoce en la actualidad como un aserto fundamental para entender los procesos de deslegitimación de las democracias contemporáneas. Las reflexiones sobre el orden democrático en su doble dimensión de normatividad y representación son una herramienta conceptual central para adecuar la política a las nuevas formas sociales surgidas de los dramáticos cambios implementados en los últimos años.

Sin duda que este legado como pregunta es el que nos deja Lechner y el mejor homenaje es seguir declinando los desafíos intelectuales que incluye. Con respeto, con admiración, con orgullo.


Notas

(0) Licenciado en Filosofía y Magíster en Ciencia Política, Potificia Universidad Católica de Chile. Master en Estudios Políticos, Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences-Po). Doctor (C) en Sociología, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Profesor Asistente del Departamento de Gobierno y Gestión Pública del INAP


(1) Discurso pronunciado por Norbert Lechner con motivo de recibir la nacionalidad chilena por gracia; Santiago, 7 de agosto de 2003.

(2) Cfr. Lechner, N.; “La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado”; Santiago; FLACSO; 1984. Particularmente capitulo I, “Especificando la política.”

(3) Cfr. Lechner, N.; “Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política”, Santiago, FLACSO; 1988.

(4) Lechner, N.; “Los patios interiores de la democracia”; p. 50.

(5) Lechner, N.; “Los patios interiores de la democracia”; p.109.

(6) Lechner, N. “La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado”; p. 22.

(7) Lechner, N.; “Los patios interiores de la democracia”; p. 111.

(8) Lechner, N.; “Modernización y democratización: un dilema del desarrollo chileno”; Estudios Públicos, n° 70, otoño 1998

 

AGENDA PÚBLICA / AÑO III– N° 4 - Septiembre 2004

®Agenda Pública, Preparada por el Departamento de Gobierno y Gestión Pública
del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.