AÑO IV - Nº7, SEPTIEMBRE 2005
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ISSN 0718-123X   
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EDITORIAL
 

Elecciones Primarias: Análisis desde la Teoría de Juegos y aproximaciones a modelos estadísticos explicativos.
Por Mauricio Morales Q.

 

Las Primarias en la Concertación un camino sin retorno.
Por Pepe Auth

 

Comentarios para mirar las primarias con lupa.
Por Raúl Atria

 

Las primarias como mecanismo de selección de candidatos: La experiencia de 1993.
Por Bernardo Navarrete

 

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LAS PRIMARIAS EN LA CONCERTACIÓN. UN CAMINO SIN RETORNO

Pepe Auth
Director Programa Estudios Electorales, Fundación Chile 21.

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Cita/Referencia:
Auth, Pepe. Las primarias en la concertación. Un camino sin retorno. Agenda Pública, Año IV: Nº7, septiembre 2005.
http://www.agendapublica.uchile.cl/n7/2.html

 

Los procesos de definición de liderazgos y candidaturas al interior de los partidos y de las coaliciones políticas son, por supuesto, muy variados. Difieren en las distintas circunstancias históricas, sistemas políticos, tipos de partidos y coaliciones.

En Chile, los procesos más complejos son los de generación de candidaturas presidenciales, pues en general no corresponden a un partido político en particular sino a las coaliciones.

En la Izquierda Extraparlamentaria, hasta ahora, han primado en la definición las estructuras directivas de los partidos. Después de la omisión de 1989 en favor de Patricio Aylwin, la máxima dirección del Partido Comunista decidió, por razones estratégicas, levantar la candidatura de un cura popular en 1993 y en 1999 simplemente confirmar a su principal líder y Presidenta del partido, Gladys Marín. Por su parte, la dirección del Partido Humanista hizo lo propio con Cristián Reitze y Tomás Hirsch, respectivamente.

Esta elección presidencial encuentra a ambos partidos constituidos en coalición política, junto a numerosas formaciones izquierdistas de diverso carácter y envergadura. Para decidir la candidatura presidencial luego de la presentación de numerosos precandidatos, algunos grupos plantearon sin éxito la realización de un proceso de primarias, optándose por una asamblea nacional que defina programa y candidato, aunque los dos partidos principales y con posibilidad legal de presentar candidato concordaron previamente en la figura del Humanista Tomás Hirsch, dejando prácticamente sin alternativa a las formaciones políticas restantes, al menos al interior de la coalición.

En la Derecha, los partidos habían jugado un rol menos protagónico en la definición de los candidatos presidenciales. Hernán Buchi en 1989 fue designado por el General Pinochet con el acuerdo del gran empresariado. La UDI buscó en la figura de Alessandri en 1993 a un independiente -también en connivencia con el empresariado- para bloquear la emergencia de una candidatura de derecha liberal en Renovación Nacional. En 1999, la apuesta del empresariado y la UDI por el Alcalde Joaquín Lavín, que tuvo un importante correlato en las encuestas de opinión, no dejó lugar a discusión en la Derecha.

El carácter no democrático de la generación de candidaturas generó en la Derecha la emergencia de la candidatura de Francisco J. Errázuriz en 1989 y de José Piñera en 1993. En 2005, ahora con el respaldo de Renovación Nacional y justamente en un intento postrero de recuperación de su autoestima y de disputa de la hegemonía en la Oposición, emergió la candidatura del político y empresario Sebastián Piñera.

La candidatura de Sara Larraín en 1999 fue producto del tesón organizativo y ambición política de un sector del movimiento ecologista. La candidatura de Manfred Max-Neef en 1993, en cambio, que logró superar en votos al candidato Comunista, fue generada en un proceso participativo por un nutrido arcoiris de organizaciones políticas y sociales contestatarias. Ello, en un contexto en el que estaba garantizado el triunfo del candidato presidencial de la Concertación, por lo que podía esperarse que una porción del electorado buscara su expresión a través de esta candidatura.

En la Concertación de Partidos por la Democracia se observa una clara línea de progresión democrática en el proceso de generación de sus candidaturas presidenciales.

Después del esforzado y categórico triunfo del NO el 5 de octubre de 1988, cuando se abrió la perspectiva de elegir de nuevo democráticamente un Presidente para Chile, se inició una soterrada e intensa competencia al interior de la Democracia Cristiana y de ésta con los demás partidos de la coalición. De hecho, en la batalla del NO había emergido con fuerza el liderazgo de Ricardo Lagos, entonces Presidente del PPD, y el ex contralor y presidente del Partido Radical, Enrique Silva Cimma, aparecía como una alternativa de salida intermedia entre democratacristianos y socialistas.

Primaba entonces, sin embargo, la idea de que la sociedad chilena estaba dominada todavía por los miedos y requería un liderazgo de pacificación nacional y reconciliación. Por ello fue tan intensa y dolorosa la competencia de liderazgos en la Democracia Cristiana, que sabía estaba de hecho eligiendo al próximo Presidente de Chile. Porque el triunfo del No había sido suficientemente claro, la Izquierda Comunista se hacía parte del acuerdo presidencial de la Concertación y, cualquiera fuera el candidato sustentado por la coalición, éste sería apoyado por una sólida mayoría nacional. La mayoría del país. El proceso de nominación al interior de la DC Primó entonces el diagnóstico.

No fue poca la tensión que precedió la nominación del candidato único de la Concertación. La Democracia Cristiana nominó a Patricio Aylwin en un doloroso y discutido proceso interno, surgió la candidatura del dirigente radical Enrique Silva Cimma como eventual salida de consenso y Ricardo Lagos declinó su opción en favor de Aylwin, asumiendo que la sociedad chilena de entonces, dominada todavía por los miedos, requería un liderazgo de pacificación nacional y reconciliación.

La elección de Aylwin como Presidente de Chile no tiene parangón en términos de la gravitación y el control que ejercieron los núcleos dirigentes de los partidos. Porque, después del triunfo del NO, era evidente que sería electo Presidente el candidato de la Concertación de Partidos por la Democracia, prácticamente en independencia de sus características personales. Ello, porque recién comenzaba a constituirse una opinión pública luego de muchos años de censura y de franca ausencia de libertades públicas; tampoco estaban desplegados ni mucho menos consolidados los liderazgos políticos y ciudadanos; por lo mismo, el electorado estaba disponible para votar en mucho mayor medida por las instituciones y lo que éstas representaban que por carismas personales. Este análisis es válido también para la primera elección parlamentaria, donde fueron electos 40 de los 46 candidatos a diputado presentados por la Democracia Cristiana.

De allí el dramatismo de la elección interna democratacristiana, pues no se trataba de elegir un candidato sino un presidente, el primero después de un prolongado intervalo autoritario en el país. Fue un tenso y doloroso proceso interno el que culminó con la designación de Patricio Aylwin como candidato presidencial de la Democracia Cristiana, en circunstancias que los evidentes favoritos de los simpatizantes de dicho partido eran el ex canciller Gabriel Valdés y el hijo del Presidente Frei Montalva. En la práctica, fue la capacidad de maniobra política interna de un puñado de dirigentes DC lo que determinó el nombre del primer Presidente de la democracia reconstituida.

En 1993 las cosas habían cambiado significativamente luego de cuatro años de Gobierno de la Concertación. El fantasma del Golpe de Estado se había diluido y la ciudadanía comenzaba a poner sus sueños por delante de sus miedos. Ricardo Lagos aparecía señalado por todos los estudios de opinión como el principal líder de la Concertación, pero cuando en la Democracia Cristiana se impuso la candidatura presidencial de Eduardo Frei, éste rápidamente recibió la adhesión de cerca del 40% de los chilenos, que entonces se identificaban con ese Partido.

Frente a quienes reclamaban la alternancia o el derecho adquirido del partido mayoritario, surgió la inédita proposición de Primarias. La Concertación, luego de un duro proceso de negociación, concordó en una Convención Presidencial con delegados generados por elecciones Primarias y según fuerza electoral previa. Las Primarias elegirían 1.800 delegados y 1.200 serían distribuidos entre ambos candidatos según las votaciones de sus respectivos partidos en las elecciones Municipales de 1996, lo que significaba 800 delegados para Frei y 400 para Lagos. Se trataba, además, de dos elecciones primarias, una en la que votarían los militantes de la Concertación (cada candidato tuvo derecho a aportar al padrón la misma cantidad, 100 mil personas) y la otra constituida por tantos adherentes como concurrieran a firmar su adhesión a la Concertación en oficinas especialmente habilitadas para ello. Independientemente del número de adherentes y de militantes que participara, el resultado de ambas elecciones determinaría la designación de 900 delegados cada una.

El mecanismo protegía al candidato de la Democracia Cristiana, al punto de que, para obtener mayoría de delegados en la Convención Presidencial, Ricardo Lagos debía obtener 72.3% de los votos en adherentes, en el supuesto razonable de que habría un empate en el padrón militante. Las primarias de 1993 fueron concebidas, en rigor, como mecanismo consagratorio de un acuerdo político.

El punto es que, a pesar de tener en buena medida un resultado preestablecido y de las exigencias impuestas a quienes deseaban inscribirse para votar (firma de un compromiso y avales militantes que debían patrocinar su inscripción), concurrieron en muy pocos días más de 350 mil personas a expresar su voluntad de participar en las Primarias, desbordando completamente la precaria infraestructura desplegada por la Concertación y generando incertidumbre respecto del resultado. Lo anterior produjo una situación tal que habría sido completamente inviable políticamente elegir un candidato presidencial distinto del que prefiriera la gente masivamente en las elecciones primarias.

Todos los acuerdos establecidos para asegurar un resultado quedaron en suspenso ante la masiva reacción de la ciudadanía concertacionista, que finalmente triplicó en votos al padrón de militantes de los partidos de la coalición. El 23 de mayo de 1993 votaron 112.695 militantes de partidos de la Concertación y 322.596 adherentes. Eduardo Frei obtuvo 62.9% y Ricardo Lagos 37.1% de los votos. Esa misma tarde, Lagos proclamó a Frei como candidato presidencial de la Concertación de Partidos por la Democracia.

Más allá del resultado, que reflejó de manera bastante perfecta lo que mostraban las mejores encuestas de opinión, quedó en evidencia la existencia de un universo ciudadano comprometido con la Concertación y con fuerte voluntad de participación. El desborde ciudadano del acuerdo político de 1993 dejó establecido que sería muy difícil en el futuro designar la candidatura presidencial de la Concertación sin participación de dicho universo.

En 1999 fue bastante más fácil descartar acuerdos guiados por el principio de la alternancia, los derechos adquiridos o la primacía en las encuestas. En mayo de 1998 ya había acuerdo para impulsar un proyecto de ley de Primarias y en noviembre del mismo año ya los partidos habían concordado organizar unas Primarias abiertas a toda la ciudadanía para elegir al candidato presidencial. Ello, a pesar de no existir la presión que implica una elección parlamentaria al mismo tiempo, sólo por la exigencia de responder a la demanda unitaria de quienes se identificaban con la Concertación, en un contexto desafiado por la crisis económica y el crecimiento de la Derecha.

Se trataba ahora de una elección en la que podían participar todos los ciudadanos inscritos en los registros electorales, con la sola excepción de los afiliados legales a partidos que no pertenecen a la coalición de Gobierno. Sin ningún procedimiento de inscripción previa y sin mecanismos posteriores, el resultado de la elección determinaría al candidato presidencial de la Concertación.

Concurrieron a votar 1.403.070 personas a lo largo del país, convirtiéndose en la movilización ciudadana más grande convocada por una fuerza política en la Historia de Chile. Lagos obtuvo 71.4% y Zaldívar 28.6% de los votos, reflejando nuevamente las adhesiones que mostraban ambos candidatos en las mejores encuestas. Tal como en 1993, esa misma tarde Ricardo Lagos fue proclamado por Andrés Zaldívar como candidato presidencial de la Concertación de Partidos por la Democracia.

Las Primarias vienen a confirmar que la Concertación es patrimonio de muchísimos chilenos y chilenas, mucho más allá de los partidos que la conforman. Todas las elecciones de estos años muestran que la gente vota por los candidatos que mejor encarnan los valores e ideas del sector o campo político con el que se identifican (SI/NO, Concertación/Derecha), independientemente del partido al que pertenezcan. El éxito de los candidatos únicos de la Concertación en la elección de Alcaldes es una confirmación reciente de esta realidad sociopolítica, que ha traído mucho costo electoral a los partidos que la han pretendido ignorar.

Las Primarias como mecanismo de definición de candidaturas presidenciales de la Concertación han adquirido tanta legitimidad ciudadana que resulta muy difícil para los partidos y los propios candidatos proponer e impulsar procedimientos que representen un retroceso en el nivel de participación de la gente. Asimismo, la existencia mayoritaria de un electorado concertacionista que no obedece a ningún partido de la coalición en particular y que castiga toda actitud de conflicto y de división, desalienta a los candidatos a ocupar el mecanismo constitucional de la Primera Vuelta Presidencial. También constituye un desincentivo para los partidos políticos el hecho que la Presidencia y los escaños parlamentarios se elijan simultáneamente. Finalmente, toda coalición en Chile que desee de veras incrementar su posibilidad presidencial elegirá siempre su candidato de entre los liderazgos que tengan mayor apoyo ciudadano.

Incluso al interior de los partidos, es cada vez más difícil que éstos elijan sus representantes sin consideración a la adhesión ciudadana que ostentan. Si el PS y el PPD hubieran elegido de acuerdo a la valoración y juicio de sus dirigentes y militantes, los candidatos habrían sido muy probablemente los ministros Insulza y Bitar. Michelle Bachelet se impuso a las direcciones partidarias desde la opinión pública a través de las encuestas como candidata del progresismo concertacionista. Lo mismo puede decirse de Soledad Alvear en la Democracia Cristiana, aunque el estrecho resultado en la Junta Nacional que la nominó como su pre-candidata, muestra la mayor impermeabilidad del aparato partidario democratacristiano a los estímulos provenientes desde fuera del Partido. Porque Adolfo Zaldívar estuvo a un tris de ganar la nominación interna, a pesar de ostentar menos de la décima parte del apoyo que tenía Soledad Alvear en los sondeos.

Las candidatas de la Concertación y sus partidos asumieron en su discurso y su práctica de campaña que la base de sustentación de sus candidaturas iba mucho más allá de los partidos que las apoyan. Ambas apuntaron a lograr la identificación del amplio pueblo concertacionista y, desde allí, el de toda la ciudadanía. Por eso habría sido una decisión política y electoralmente suicida no continuar avanzando en el camino de participación ciudadana abierto por la Concertación hace más de una década para elegir su candidatura presidencial.

Es cierto que finalmente la Concertación no hizo elecciones primarias para elegir a su candidata presidencial, pues Soledad Alvear retiró su candidatura dos meses antes de la elección. Eso no cambia, sin embargo, el hecho que los partidos concordaron de nuevo en las Primarias Abiertas como procedimiento para resolver la competencia de liderazgos presidenciales en la coalición, que se configuró un escenario político electoral de Primarias, que las candidatas desarrollaron sus respectivas campañas a lo largo del país, que debatieron públicamente, en fin, que buscaron generar cuadros de adhesión ciudadana favorables a sus candidaturas. Si la elección no llegó a realizarse, es porque Soledad Alvear concluyó que la irrupción de Sebastián Piñera en el escenario presidencial cancelaba todas sus expectativas de acortar la distancia que la separaba de Michelle Bachelet y, al mismo tiempo, que el cuadro de división en la derecha debía ser enfrentado con una pronta decisión unitaria de la Concertación, que detuviera la eventual hemorragia de votos que podía producirse si se prolongaba en el tiempo la diferenciación entre las candidatas de la Concertación y el debilitamiento de una de ellas.

El sistema político chileno, aunque multipartidista, está fuertemente organizado en torno a dos grandes fuerzas políticas, que tienen un correlato electoral, social y cultural, muchos años después de su impulso originario en la disyuntiva democracia/dictadura, que se prolongó luego en el Sí/No y en la Concertación/Oposición de derecha. La elección separada de Alcaldes y concejales, la existencia de una segunda vuelta presidencial y el sistema que rige la elección parlamentaria, no hacen otra cosa que reforzar el binominalismo político, castigando a aquéllos que se van a la periferia o francamente emigran de las grandes coaliciones.

Es muy difícil que en 2009 la Concertación recorra otro camino que el de la legitimación ciudadana de su candidatura presidencial en Primarias Abiertas. La simultaneidad de las elecciones parlamentarias es uno de los alicientes para tener candidatura presidencial única y para que ésta sea siempre la de mayor adhesión popular. Pero la razón principal es que, en el sistema político chileno, usar la Primera Vuelta como mecanismo para elegir al candidato de la coalición reduce indudablemente las posibilidades de triunfo presidencial. Es evidente que la derecha, con dos candidatos a presidente, ha abandonado el objetivo de materializar la alternancia en el gobierno para concentrarse en la disputa de la hegemonía en su campo político, la definición de los futuros liderazgos y la fuerza parlamentaria.

 

 

AGENDA PÚBLICA / AÑO IV – N° 7 - Septiembre 2005

®Agenda Pública, Preparada por el Departamento de Gobierno y Gestión Pública
del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.