LAS PRIMARIAS EN LA CONCERTACIÓN. UN CAMINO SIN
RETORNO
Pepe Auth
Director Programa Estudios Electorales, Fundación Chile 21.
|
Desacargar
en
formato PDF
(98
KB)
|
|
|
|
Cita/Referencia:
Auth, Pepe. Las primarias en la concertación. Un camino sin
retorno. Agenda Pública, Año IV: Nº7, septiembre
2005. |
|
http://www.agendapublica.uchile.cl/n7/2.html |
Los procesos de definición de liderazgos y candidaturas
al interior de los partidos y de las coaliciones políticas son,
por supuesto, muy variados. Difieren en las distintas circunstancias
históricas, sistemas políticos, tipos de partidos y coaliciones.
En Chile, los procesos más complejos son los de
generación de candidaturas presidenciales, pues en general no
corresponden a un partido político en particular sino a las coaliciones.
En la Izquierda Extraparlamentaria, hasta ahora, han
primado en la definición las estructuras directivas de los partidos.
Después de la omisión de 1989 en favor de Patricio Aylwin,
la máxima dirección del Partido Comunista decidió,
por razones estratégicas, levantar la candidatura de un cura
popular en 1993 y en 1999 simplemente confirmar a su principal líder
y Presidenta del partido, Gladys Marín. Por su parte, la dirección
del Partido Humanista hizo lo propio con Cristián Reitze y Tomás
Hirsch, respectivamente.
Esta elección presidencial encuentra a ambos partidos
constituidos en coalición política, junto a numerosas
formaciones izquierdistas de diverso carácter y envergadura.
Para decidir la candidatura presidencial luego de la presentación
de numerosos precandidatos, algunos grupos plantearon sin éxito
la realización de un proceso de primarias, optándose por
una asamblea nacional que defina programa y candidato, aunque los dos
partidos principales y con posibilidad legal de presentar candidato
concordaron previamente en la figura del Humanista Tomás Hirsch,
dejando prácticamente sin alternativa a las formaciones políticas
restantes, al menos al interior de la coalición.
En la Derecha, los partidos habían jugado un rol
menos protagónico en la definición de los candidatos presidenciales.
Hernán Buchi en 1989 fue designado por el General Pinochet con
el acuerdo del gran empresariado. La UDI buscó en la figura de
Alessandri en 1993 a un independiente -también en connivencia
con el empresariado- para bloquear la emergencia de una candidatura
de derecha liberal en Renovación Nacional. En 1999, la apuesta
del empresariado y la UDI por el Alcalde Joaquín Lavín,
que tuvo un importante correlato en las encuestas de opinión,
no dejó lugar a discusión en la Derecha.
El carácter no democrático de la generación
de candidaturas generó en la Derecha la emergencia de la candidatura
de Francisco J. Errázuriz en 1989 y de José Piñera
en 1993. En 2005, ahora con el respaldo de Renovación Nacional
y justamente en un intento postrero de recuperación de su autoestima
y de disputa de la hegemonía en la Oposición, emergió
la candidatura del político y empresario Sebastián Piñera.
La candidatura de Sara Larraín en 1999 fue producto
del tesón organizativo y ambición política de un
sector del movimiento ecologista. La candidatura de Manfred Max-Neef
en 1993, en cambio, que logró superar en votos al candidato Comunista,
fue generada en un proceso participativo por un nutrido arcoiris de
organizaciones políticas y sociales contestatarias. Ello, en
un contexto en el que estaba garantizado el triunfo del candidato presidencial
de la Concertación, por lo que podía esperarse que una
porción del electorado buscara su expresión a través
de esta candidatura.
En la Concertación de Partidos por la Democracia
se observa una clara línea de progresión democrática
en el proceso de generación de sus candidaturas presidenciales.
Después del esforzado y categórico triunfo
del NO el 5 de octubre de 1988, cuando se abrió la perspectiva
de elegir de nuevo democráticamente un Presidente para Chile,
se inició una soterrada e intensa competencia al interior de
la Democracia Cristiana y de ésta con los demás partidos
de la coalición. De hecho, en la batalla del NO había
emergido con fuerza el liderazgo de Ricardo Lagos, entonces Presidente
del PPD, y el ex contralor y presidente del Partido Radical, Enrique
Silva Cimma, aparecía como una alternativa de salida intermedia
entre democratacristianos y socialistas.
Primaba entonces, sin embargo, la idea de que la sociedad
chilena estaba dominada todavía por los miedos y requería
un liderazgo de pacificación nacional y reconciliación.
Por ello fue tan intensa y dolorosa la competencia de liderazgos en
la Democracia Cristiana, que sabía estaba de hecho eligiendo
al próximo Presidente de Chile. Porque el triunfo del No había
sido suficientemente claro, la Izquierda Comunista se hacía parte
del acuerdo presidencial de la Concertación y, cualquiera fuera
el candidato sustentado por la coalición, éste sería
apoyado por una sólida mayoría nacional. La mayoría
del país. El proceso de nominación al interior de la DC
Primó entonces el diagnóstico.
No fue poca la tensión que precedió la
nominación del candidato único de la Concertación.
La Democracia Cristiana nominó a Patricio Aylwin en un doloroso
y discutido proceso interno, surgió la candidatura del dirigente
radical Enrique Silva Cimma como eventual salida de consenso y Ricardo
Lagos declinó su opción en favor de Aylwin, asumiendo
que la sociedad chilena de entonces, dominada todavía por los
miedos, requería un liderazgo de pacificación nacional
y reconciliación.
La elección de Aylwin como Presidente de Chile
no tiene parangón en términos de la gravitación
y el control que ejercieron los núcleos dirigentes de los partidos.
Porque, después del triunfo del NO, era evidente que sería
electo Presidente el candidato de la Concertación de Partidos
por la Democracia, prácticamente en independencia de sus características
personales. Ello, porque recién comenzaba a constituirse una
opinión pública luego de muchos años de censura
y de franca ausencia de libertades públicas; tampoco estaban
desplegados ni mucho menos consolidados los liderazgos políticos
y ciudadanos; por lo mismo, el electorado estaba disponible para votar
en mucho mayor medida por las instituciones y lo que éstas representaban
que por carismas personales. Este análisis es válido también
para la primera elección parlamentaria, donde fueron electos
40 de los 46 candidatos a diputado presentados por la Democracia Cristiana.
De allí el dramatismo de la elección interna
democratacristiana, pues no se trataba de elegir un candidato sino un
presidente, el primero después de un prolongado intervalo autoritario
en el país. Fue un tenso y doloroso proceso interno el que culminó
con la designación de Patricio Aylwin como candidato presidencial
de la Democracia Cristiana, en circunstancias que los evidentes favoritos
de los simpatizantes de dicho partido eran el ex canciller Gabriel Valdés
y el hijo del Presidente Frei Montalva. En la práctica, fue la
capacidad de maniobra política interna de un puñado de
dirigentes DC lo que determinó el nombre del primer Presidente
de la democracia reconstituida.
En 1993 las cosas habían cambiado significativamente
luego de cuatro años de Gobierno de la Concertación. El
fantasma del Golpe de Estado se había diluido y la ciudadanía
comenzaba a poner sus sueños por delante de sus miedos. Ricardo
Lagos aparecía señalado por todos los estudios de opinión
como el principal líder de la Concertación, pero cuando
en la Democracia Cristiana se impuso la candidatura presidencial de
Eduardo Frei, éste rápidamente recibió la adhesión
de cerca del 40% de los chilenos, que entonces se identificaban con
ese Partido.
Frente a quienes reclamaban la alternancia o el derecho
adquirido del partido mayoritario, surgió la inédita proposición
de Primarias. La Concertación, luego de un duro proceso de negociación,
concordó en una Convención Presidencial con delegados
generados por elecciones Primarias y según fuerza electoral previa.
Las Primarias elegirían 1.800 delegados y 1.200 serían
distribuidos entre ambos candidatos según las votaciones de sus
respectivos partidos en las elecciones Municipales de 1996, lo que significaba
800 delegados para Frei y 400 para Lagos. Se trataba, además,
de dos elecciones primarias, una en la que votarían los militantes
de la Concertación (cada candidato tuvo derecho a aportar al
padrón la misma cantidad, 100 mil personas) y la otra constituida
por tantos adherentes como concurrieran a firmar su adhesión
a la Concertación en oficinas especialmente habilitadas para
ello. Independientemente del número de adherentes y de militantes
que participara, el resultado de ambas elecciones determinaría
la designación de 900 delegados cada una.
El mecanismo protegía al candidato de la Democracia
Cristiana, al punto de que, para obtener mayoría de delegados
en la Convención Presidencial, Ricardo Lagos debía obtener
72.3% de los votos en adherentes, en el supuesto razonable de que habría
un empate en el padrón militante. Las primarias de 1993 fueron
concebidas, en rigor, como mecanismo consagratorio de un acuerdo político.
El punto es que, a pesar de tener en buena medida un
resultado preestablecido y de las exigencias impuestas a quienes deseaban
inscribirse para votar (firma de un compromiso y avales militantes que
debían patrocinar su inscripción), concurrieron en muy
pocos días más de 350 mil personas a expresar su voluntad
de participar en las Primarias, desbordando completamente la precaria
infraestructura desplegada por la Concertación y generando incertidumbre
respecto del resultado. Lo anterior produjo una situación tal
que habría sido completamente inviable políticamente elegir
un candidato presidencial distinto del que prefiriera la gente masivamente
en las elecciones primarias.
Todos los acuerdos establecidos para asegurar
un resultado quedaron en suspenso ante la masiva reacción de
la ciudadanía concertacionista, que finalmente triplicó
en votos al padrón de militantes de los partidos de la coalición.
El 23 de mayo de 1993 votaron 112.695 militantes de partidos de la Concertación
y 322.596 adherentes. Eduardo Frei obtuvo 62.9% y Ricardo Lagos 37.1%
de los votos. Esa misma tarde, Lagos proclamó a Frei como candidato
presidencial de la Concertación de Partidos por la Democracia.
Más allá del resultado, que reflejó
de manera bastante perfecta lo que mostraban las mejores encuestas de
opinión, quedó en evidencia la existencia de un universo
ciudadano comprometido con la Concertación y con fuerte voluntad
de participación. El desborde ciudadano del acuerdo político
de 1993 dejó establecido que sería muy difícil
en el futuro designar la candidatura presidencial de la Concertación
sin participación de dicho universo.
En 1999 fue bastante más fácil descartar
acuerdos guiados por el principio de la alternancia, los derechos adquiridos
o la primacía en las encuestas. En mayo de 1998 ya había
acuerdo para impulsar un proyecto de ley de Primarias y en noviembre
del mismo año ya los partidos habían concordado organizar
unas Primarias abiertas a toda la ciudadanía para elegir al candidato
presidencial. Ello, a pesar de no existir la presión que implica
una elección parlamentaria al mismo tiempo, sólo por la
exigencia de responder a la demanda unitaria de quienes se identificaban
con la Concertación, en un contexto desafiado por la crisis económica
y el crecimiento de la Derecha.
Se trataba ahora de una elección en la que podían
participar todos los ciudadanos inscritos en los registros electorales,
con la sola excepción de los afiliados legales a partidos que
no pertenecen a la coalición de Gobierno. Sin ningún procedimiento
de inscripción previa y sin mecanismos posteriores, el resultado
de la elección determinaría al candidato presidencial
de la Concertación.
Concurrieron a votar 1.403.070 personas a lo largo del
país, convirtiéndose en la movilización ciudadana
más grande convocada por una fuerza política en la Historia
de Chile. Lagos obtuvo 71.4% y Zaldívar 28.6% de los votos, reflejando
nuevamente las adhesiones que mostraban ambos candidatos en las mejores
encuestas. Tal como en 1993, esa misma tarde Ricardo Lagos fue proclamado
por Andrés Zaldívar como candidato presidencial de la
Concertación de Partidos por la Democracia.
Las Primarias vienen a confirmar que la Concertación
es patrimonio de muchísimos chilenos y chilenas, mucho más
allá de los partidos que la conforman. Todas las elecciones de
estos años muestran que la gente vota por los candidatos que
mejor encarnan los valores e ideas del sector o campo político
con el que se identifican (SI/NO, Concertación/Derecha), independientemente
del partido al que pertenezcan. El éxito de los candidatos únicos
de la Concertación en la elección de Alcaldes es una confirmación
reciente de esta realidad sociopolítica, que ha traído
mucho costo electoral a los partidos que la han pretendido ignorar.
Las Primarias como mecanismo de definición de
candidaturas presidenciales de la Concertación han adquirido
tanta legitimidad ciudadana que resulta muy difícil para los
partidos y los propios candidatos proponer e impulsar procedimientos
que representen un retroceso en el nivel de participación de
la gente. Asimismo, la existencia mayoritaria de un electorado concertacionista
que no obedece a ningún partido de la coalición en particular
y que castiga toda actitud de conflicto y de división, desalienta
a los candidatos a ocupar el mecanismo constitucional de la Primera
Vuelta Presidencial. También constituye un desincentivo para
los partidos políticos el hecho que la Presidencia y los escaños
parlamentarios se elijan simultáneamente. Finalmente, toda coalición
en Chile que desee de veras incrementar su posibilidad presidencial
elegirá siempre su candidato de entre los liderazgos que tengan
mayor apoyo ciudadano.
Incluso al interior de los partidos, es cada vez más
difícil que éstos elijan sus representantes sin consideración
a la adhesión ciudadana que ostentan. Si el PS y el PPD hubieran
elegido de acuerdo a la valoración y juicio de sus dirigentes
y militantes, los candidatos habrían sido muy probablemente los
ministros Insulza y Bitar. Michelle Bachelet se impuso a las direcciones
partidarias desde la opinión pública a través de
las encuestas como candidata del progresismo concertacionista. Lo mismo
puede decirse de Soledad Alvear en la Democracia Cristiana, aunque el
estrecho resultado en la Junta Nacional que la nominó como su
pre-candidata, muestra la mayor impermeabilidad del aparato partidario
democratacristiano a los estímulos provenientes desde fuera del
Partido. Porque Adolfo Zaldívar estuvo a un tris de ganar la
nominación interna, a pesar de ostentar menos de la décima
parte del apoyo que tenía Soledad Alvear en los sondeos.
Las candidatas de la Concertación y sus partidos
asumieron en su discurso y su práctica de campaña que
la base de sustentación de sus candidaturas iba mucho más
allá de los partidos que las apoyan. Ambas apuntaron a lograr
la identificación del amplio pueblo concertacionista y, desde
allí, el de toda la ciudadanía. Por eso habría
sido una decisión política y electoralmente suicida no
continuar avanzando en el camino de participación ciudadana abierto
por la Concertación hace más de una década para
elegir su candidatura presidencial.
Es cierto que finalmente la Concertación no hizo
elecciones primarias para elegir a su candidata presidencial, pues Soledad
Alvear retiró su candidatura dos meses antes de la elección.
Eso no cambia, sin embargo, el hecho que los partidos concordaron de
nuevo en las Primarias Abiertas como procedimiento para resolver la
competencia de liderazgos presidenciales en la coalición, que
se configuró un escenario político electoral de Primarias,
que las candidatas desarrollaron sus respectivas campañas a lo
largo del país, que debatieron públicamente, en fin, que
buscaron generar cuadros de adhesión ciudadana favorables a sus
candidaturas. Si la elección no llegó a realizarse, es
porque Soledad Alvear concluyó que la irrupción de Sebastián
Piñera en el escenario presidencial cancelaba todas sus expectativas
de acortar la distancia que la separaba de Michelle Bachelet y, al mismo
tiempo, que el cuadro de división en la derecha debía
ser enfrentado con una pronta decisión unitaria de la Concertación,
que detuviera la eventual hemorragia de votos que podía producirse
si se prolongaba en el tiempo la diferenciación entre las candidatas
de la Concertación y el debilitamiento de una de ellas.
El sistema político chileno, aunque multipartidista,
está fuertemente organizado en torno a dos grandes fuerzas políticas,
que tienen un correlato electoral, social y cultural, muchos años
después de su impulso originario en la disyuntiva democracia/dictadura,
que se prolongó luego en el Sí/No y en la Concertación/Oposición
de derecha. La elección separada de Alcaldes y concejales, la
existencia de una segunda vuelta presidencial y el sistema que rige
la elección parlamentaria, no hacen otra cosa que reforzar el
binominalismo político, castigando a aquéllos que se van
a la periferia o francamente emigran de las grandes coaliciones.
Es muy difícil que en 2009 la Concertación
recorra otro camino que el de la legitimación ciudadana de su
candidatura presidencial en Primarias Abiertas. La simultaneidad de
las elecciones parlamentarias es uno de los alicientes para tener candidatura
presidencial única y para que ésta sea siempre la de mayor
adhesión popular. Pero la razón principal es que, en el
sistema político chileno, usar la Primera Vuelta como mecanismo
para elegir al candidato de la coalición reduce indudablemente
las posibilidades de triunfo presidencial. Es evidente que la derecha,
con dos candidatos a presidente, ha abandonado el objetivo de materializar
la alternancia en el gobierno para concentrarse en la disputa de la
hegemonía en su campo político, la definición de
los futuros liderazgos y la fuerza parlamentaria.